A mis siete años, cuando apenas sabía contar, multiplicar y dividir por un par de cifras, le pedí a mi mamá que me llevara a Conavi, en el parque de Rionegro, para abrir una cuenta bancaria. Siempre tuve, y nadie en la familia se explica cómo ni de dónde salió, un extraño talento para el ahorro.
Por Perla Toro Castaño
Cuando cumplí ocho, hice la primera comunión, día que se celebró con baile y regalos entre los cuales logré recoger $600.000, una enorme cantidad de dinero para 1994. Meses después los invertí. Como si de una ‘pequeña feudal’ se tratara, le compré a un familiar un lote en El Carmen de Viboral, el mismo en el que prometí, algún día, construir una casa.
Hoy, 24 años después y luego de que me insistieran una y mil veces que vendiera ese pedazo de tierra, estoy construyendo un refugio para pasar lo que podría llamar un resto de los días. En una región valorizada como es el Oriente cercano, llena de oportunidades y que cada vez se aproxima más en distancia a Medellín, vale la pena realizar no solo inversiones de vida, también inversiones sociales, de tiempo y de dinero que nos sigan empujando a un desarrollo de Antioquia desde su gran potencial.
Hoy sueño con un Oriente cercano que me brinde la posibilidad de volver a ese lugar que todos los días se dibuja en mi mente como un paraíso entre montañas.