Nadie se opone a la evolución de Medellín. De hecho, el progreso de una ciudad, que se hace evidente en gran medida por los cambios de su infraestructura, satisface a sus ciudadanos al propiciar el aumento de empleos, el flujo de dinero y el disfrute de nuevas vías, obras y espacios públicos. Sin embargo, aflige considerar el costo que, en ocasiones, este desarrollo trae a las personas que literal o figuradamente se encuentran en medio del camino. Es el caso de los habitantes del barrio El Chispero, una de las primeras comunidades que se asentó en El Poblado, hace más de un siglo.
Como lo reportamos en la edición anterior (607), la ampliación de la carrera 34, quizás la más polémica de las obras que hacen parte del proyecto de Valorización de El Poblado, se iniciará muy pronto, luego de que cumpla los trámites licitatorios. Su tercera y última etapa contempla la intervención de El Chispero con la construcción de un separador central con carriles para un futuro transporte masivo, y dos calzadas –cada una con dos carriles–. Para esto se requiere la adquisición de cuarenta predios, lo que implicará la reubicación de, por lo menos, la mitad del barrio.
Esta transformación forzosa de El Chispero significará sacrificar la historia y la visión del futuro de las familias que allí habitan. Cada casa, cada color alegre de sus muros, cada matera y flor, cada mueble y adorno es una puntada en el tejido de vida de personas que pese a su arraigo a la zona, de tiempo atrás se sienten tratadas como invasores. Hace más de 10 años se cierne sobre ellas la amenaza de una eventual reubicación parcial o total.
Es el momento entonces de que la administración municipal lidere a consciencia este proceso para que se haga sin atropellos de ninguna clase, con respeto y con todas las garantías, a fin de que estos pobladores de la comuna 14 no desmejoren su calidad de vida, ni sean desplazados a otros lugares de la ciudad en condiciones de hacinamiento. Ellos no han invadido terrenos ajenos y desde sus oficios han contribuido al desarrollo de El Poblado.
Es preciso que los funcionarios municipales, diseñadores e interventores de esta obra se pongan en los zapatos de los habitantes de El Chispero, como si fueran sus propias familias las que fueran a ser reubicadas, las que van a tener que dejar el lugar donde se consolidaron y aprendieron a vivir. Para esto es conveniente aprender de los errores cometidos en otros procesos de reubicación. Por ejemplo, y guardadas las proporciones, baste recordar experiencias poco gratas como la de Torres de San Sebastián, urbanización a la que fue trasladada parte de la población de Niquitao. En una cuadra fueron construidas torres de 21 pisos para 7.000 personas, sin acompañamiento adecuado, sin parqueaderos, sin zonas verdes, entre otras falencias, lo que generó graves problemas de convivencia. En síntesis, no se trata solo de solucionar un problema de vivienda: hay que hacerlo, pero hacerlo bien para que todos ganen, tanto la ciudad como los afectados.
Que sea una ocasión para que Medellín, además de esforzarse por ser modelo de transporte público, escenario de negocios y eventos, busque ser un paradigma en procesos de reubicación.