Un flotador colosal

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Bienal de Venecia, hasta el 24 de noviembre
Un flotador colosal
Para nosotros, la gente de Medellín, la palabra bienal también es sinónimo de arte

Por: Oscar Roldán-Alzate

Por estos días trascurre, quizá, el más pintoresco, atractivo y mítico de los eventos del arte contemporáneo a nivel mundial. Se trata de la Bienal de Venecia que, en su quincuagésima quinta edición, titula su exposición central “El Palacio Enciclopédico” y, para nuestro orgullo, incorpora la obra del dibujante paisa José Antonio Suárez Londoño.


Ibíd

Fundada en 1893 como una plataforma de exposición para las nuevas manifestaciones de punta en el arte, la Bienal se inspiró en el formato francés de Salón, pero incorporó un detalle innovador que con el tiempo se convertiría en su gran rasgo distintivo: procuró una duración mayor a las habituales de los salones anuales y postergó su cita a cada dos años. Así, la idea de bienal era clara y directa para llamar un evento que poco tiempo después se convirtió en sinónimo de arte.

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Pabellón Instituto Itao-Latinoamericano

A partir de 1907, al tener como referente las exposiciones universales, el certamen agregó pabellones nacionales, palacetes con arquitecturas solemnes que recuerdan el mausoleo de Halicarnaso o el Taj Mahal, para albergar representaciones artísticas de diversos países, en consonancia con el creciente espíritu nacionalista que terminaría por sumir a toda Europa en la guerra. Lo extraño es que la guerra no impediría que la Bienal tuviera un desarrollo más o menos regular durante su accionar siniestro. Hoy los pabellones se han diseminado por toda la ciudad, copando las vacantes que otrora fueran palacetes de poderosas familias ya extintas o simplemente migradas. Esto permite vivir el arte como una experiencia única donde la magia de esta isla, que carga sobre sí el peso de una historia que parece desbordar sus construcciones y canales, termina por envolvernos en un viaje fantástico.

Uno de los grandes logros alcanzados por la Bienal, aparte de ser el termómetro del arte mundial por muchos años, fue haber generalizado su formato. Un siglo después de su primera edición se contaban más de doscientos eventos similares con el nombre de Bienal por todo el orbe. Esto se convirtió en una estrategia política muy efectiva para promover ciudades, para hacerlas existir no solo en la escena del arte sino también en la esfera de la política y la economía.

Para nosotros, la gente de Medellín, la palabra bienal también es sinónimo de arte, asunto que debemos a las nostálgicas bienales de Coltejer realizadas en los años 68, 70 y 72, y que lograron posicionar a esta ciudad como una de las más adelantadas de su época en cuanto a cultura se refiere, mucho antes de que nos hiciéramos celebres por otros asuntos menos honrosos.

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Hoy, después de 55 pares de años y algunos otros insertos en medio, ya fuera por ajustes eventuales o por los avatares de la historia, la Bienal de Venecia ha robustecido su formato. De una forma muy inteligente, la ciudad y la organización promovieron bajo el mismo paraguas diversas manifestaciones: cine, arquitectura, música, teatro y danza son ahora frentes autónomos bajo el mismo esquema de bienal. Así, un evento que nació con el espíritu de visualizar las artes, se ha convertido en un flotador gigante para una ciudad que, literal y metafóricamente, se hunde en el tiempo y el espacio que ha representado esta isla mágica de pasado glorioso; una ciudad que hoy se ve y se siente deteriorada, agotada, casi fantasmal gracias a que sus gentes han cedido espacio al gran tormento del turismo arrasador que, como estampidas de langostas, desmantela lo que queda. Es paradójico que una ciudad soportara una bienal por tantos años, como si supiera que le llegaría la hora en que fuera la misma bienal la que la soportara a ella.

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