Escuchamos demasiado por varios medios que ya superamos seis de los límites planetarios, los cuales nos mantienen seguros como especie; que este año, 2023, fue el más cálido en la historia; que estamos cerca de alcanzar la temperatura que se había puesto como límite antes de vivir un colapso como humanidad; entre otras cuestiones. Pero poco escuchamos de la profunda desconexión que hemos tejido como sociedad con la naturaleza, la cual considero es, en gran parte, la causa y también solución de este problema. La naturaleza es el telón de la vida social, han dicho varios científicos sociales en las últimas décadas; esto describe el imaginario que hemos creado de nuestro escenario verde, de sus animales y plantas que nos garantizan la vida, como una despensa olvidada, desconocida, a la cual solo asistimos cuando necesitamos abastecernos.
Varios científicos sociales han observado que la relación que una persona configura con la naturaleza incide en su capacidad de identificar el impacto de sus acciones en ella. Cuando una persona pasa más tiempo en la naturaleza no realiza una separación tan amplia de lo que significan los humanos y no humanos (animales, plantas, montañas, desde lo más grande hasta lo más infinitamente pequeño que nos acompaña como habitantes silenciosos), sino que perciban a estos últimos como seres más cercanos. Estas personas entienden un posible daño a la naturaleza como un atentado hacía su bienestar, pues su bienestar no es solo el individual, ni el colectivo en lo que concierne a otros humanos como él, sino una colectividad más amplia que incluye a los no humanos, aquellos que no tienen una voz política en nuestras decisiones; salvo ciertas excepciones, como algunos ríos en Colombia, Nueva Zelanda, India, entre otros, y algunas leyes de protección animal como la que ya existe en Colombia desde el año 2016, que reconoce a los animales como seres sintientes.
Y es que también se ha estudiado en los últimos años acerca de la evolución de las emociones en los animales y de como éstas inciden en su comportamiento y también en su cognición. Se han identificado comportamientos que llamaríamos “humanos” en muchas especies de animales, como los elefantes que hacen luto, los cuervos que sienten empatía por sus semejantes, los caballos que reconocen las emociones, entre otros ejemplos que nos demuestran que no somos tan diferentes.
Se nos olvida que fuimos sembrados por nuestros padres en el útero materno, cuidados por nuestra madre durante nueve meses antes de nacer, luego tenemos el privilegio de tener una experiencia humana en este hermoso planeta y luego envejecemos como lo hace una palmera, un zorro, un delfín, y morimos como lo hace un girasol o un puercoespín. Nuestra vida transcurre intentando sobrevivir, como lo hacen los animales y plantas. Nuestra vida también transcurre disfrutando del sol, el alimento, el agua, habitar nuestro espacio y tejer relaciones, como lo hacen también los animales, con quienes creemos que no tenemos nada en común.
Mi invitación es intentar cambiar el curso del planeta y de esta tragedia inminente, un contacto con la naturaleza a la vez, porque ahí, pienso, puede estar la clave. También se necesita voluntad política y un mayor enfoque hacia el cuidado de los humanos y no humanos, pero eso no lo podremos resolver con nuestros hábitos diarios. Pasemos más tiempo con la naturaleza, y todos seremos más felices y estaremos aquí sembrados por más tiempo.