La decisión de demoler el edificio Mónaco me parece un retroceso en este contexto, siendo este un símbolo de una historia derroche y desgracias que se debe rechazar, pero no ocultar.
Por: David González
Aproximadamente a una hora en tren del centro de Berlín se encuentra el campo de concentración de Sachsenhausen, construido en 1936 por los nazis para recluir judíos, prisioneros de guerra y opositores políticos.
Hoy en día convertido en un museo, se conservan o se han restaurado varios elementos que hicieron parte del campo originalmente: la entrada principal, los estrechos barracones en los que dormían los prisioneros, los inertes patios, las torres de vigilancia, los hornos crematorios, las celdas de castigo, las zonas de fusilamiento…
Tuve la oportunidad de conocer Sachsenhausen en una visita a Berlín hace unos años. Pude recorrer todos los sitios icónicos del campo, presenciando en vivo los detalles de un fenómeno del cual había absorbido mucha información en testimonios, libros, documentales y películas, pero cuya perspectiva cambia al poder presenciar en vivo el lugar de los hechos. Nada se compara con estar parado ahí mismo, percibiendo la desolación de aquel sitio.
La experiencia fue impresionante. Fue también impactante lo que viví justo después de salir del lugar: la normalidad que se vivía alrededor del campo de concentración. Un barrio de casas familiares, todas bien mantenidas y aparentemente bien habitadas. Las calles suburbanas en calma, sin muchos carros, compartiendo las aceras con las bicicletas de personas regresando a sus casas, seguramente luego de haber llegado en tren desde Berlín.
Una cotidianidad extraña, sobre todo teniendo en cuenta lo que representaba el sitio histórico que tenían a menos de un kilómetro a la redonda, el cual ni siquiera se preocupaban por señalizar o publicitar en exceso.
La manera como los alemanes han logrado lidiar con su historia, con tantos componentes trágicos y lamentables, me parece un punto de referencia que debe ser tenido cuenta a la hora de tomar decisiones respecto a cómo enfrentar nuestra también dolorosa historia reciente, que ya podemos empezar a analizar con cierta distancia.
Muchos componentes históricos del narcotráfico de los 80 y los 90 son demasiado atractivos para espectadores casuales como para pretender esconderlos. Por más que se intente tapar las cosas, la gente encontrará alguna forma de obtener la información, de conocer los sitios emblemáticos.
Lo que sí se puede hacer es garantizar que se cuente bien la historia: que se conozca el daño que le hicieron Pablo Escobar y sus pares al país, que no se exalten sus excesos, que la gente se entere del sufrimiento de las incontables víctimas.
Todo esto requiere una fortaleza institucional que hemos demostrado, hasta ahora, no tener. Pero la solución no debe ser tratar de esconder lo inocultable de la historia de nuestra ciudad, sino luchar por solucionar estas debilidades.
La decisión de demoler el edificio Mónaco me parece un retroceso en este contexto, siendo este un símbolo de una historia derroche y desgracias que se debe rechazar, pero no ocultar.
Ojalá que el memorial que se piensa hacer en honor en las víctimas de la narcoviolencia en lugar del Mónaco en verdad logré cumplir su función de recordar todo el daño que le hizo Escobar a la ciudad, para que pueda justificarse esta decisión. Pero de aquí en adelante deberíamos tomar el camino de aceptar y exhibir nuestra historia, buscando que jamás se vuelva a repetir. Como han hecho los alemanes: no tratar de esconderla.