Luego de navegar sin rumbo por un turbulento mar, finalmente toqué tierra firme. Frente a mí, cinco islotes imponentes se alzaban sobre el horizonte. Dejé mi barca en la arena y me adentré al primero.
Esperaba encontrar un paraíso, pero me recibió una tierra árida, con árboles sin frutos, aguas pantanosas y ningún rincón donde descansar. A lo lejos, puede ver una choza abandonada. Por una de sus ventanas, unos ojos curiosos me observaban, entonces me acerqué.
Un particular personaje de cabeza redonda y larga cola me abrió la puerta. No pude evitar notar su semblante apagado; caminaba con dificultad y se apoyaba en un bastón. Pero lo que más me sorprendió fue su respuesta cuando le pregunté quién era y qué hacía allí:
—Mucho gusto, me llamo Páncreas y ando buscando un heredero— me dijo.
Al notar mi rostro estupefacto, Páncreas continuó:
—Estos deteriorados islotes que ves no siempre fueron así. Hace años eran tierras fértiles, recorridas por ríos cristalinos y árboles frondosos donde anidaban aves. La vida, el equilibrio y el bienestar abundaban aquí. Pero todo cambió: el azúcar y la mala alimentación contaminaron el agua, el estrés secó las raíces y el sedentarismo apagó el canto de las aves.
Ahora estas tierras agonizan. Y como yo estoy conectado a los islotes, también estoy muriendo. Por eso busco un heredero, al menos para que se quede con estas tierras— me explicó mientras me miraba con tristeza.
—¿Existe algo que podamos hacer para cambiar esta situación?— le pregunté.
Entonces, Páncreas me propuso ser su mensajero, como último intento por sobrevivir. Me entregó una botella con un mensaje oculto, me dio las coordenadas del destino, el nombre, apellido y dirección de la persona que debía recibirlo.
—Tal vez, si esa persona lee el mensaje y me escucha, la esperanza no estará del todo perdida. Creo que por eso has llegado hoy. Te daré lo último que me queda de alimento y energía para que puedas regresar y cumplir la misión— me dijo.
Luego de comer, beber y descansar, volví a mi barca y navegué guiado por las estrellas y los vientos marinos, en busca de quien debía recibir la botella con el mensaje escondido.
Para resumirles la historia, gracias al viento y a la buena mar, logré entregarle la botella a su destinatario, la única persona capaz de salvar a Páncreas y a sus islotes de la agonía.
Pero antes de hacerlo y con la curiosidad en mis ojos, con un rápido movimiento, destapé la botella, saqué la carta y la leí. Ahora todo tenía sentido:
“Para cuando recibas este mensaje, probablemente yo esté agonizando y la diabetes se esté asomando por la puerta de tu casa. Con mis últimos alientos te escribo esta carta, con la esperanza de que escuches con atención mis palabras y, tal vez, me des vida de nuevo.
Como consecuencia de tu mala alimentación, del estrés que cargas, del sedentarismo y de esa amargura que se ha instalado en tu alma, mis islotes han comenzado a apagarse.
Su verdor, su salud y su bienestar se están desvaneciendo.
Y por eso, la diabetes se está acercando y las ganas de vivir también te están abandonando. Pero, aún hay esperanza.
Si cambias todo esto, si apuestas por mí y apuestas por ti, la vida reverdecerá en mis tierras. Y con ella, renacerá en tu ser.
Todo depende de ti.Siempre tuyo,
Tu Páncreas.”
Varios años y muchas millas marinas han pasado desde entonces.
Solo puedo contarles que, en otra de mis aventuras por los siete mares, alcancé a ver cinco islotes llenos de verdor, aguas cristalinas, aves en los árboles… Y a Páncreas, desde su choza, saludándome alegremente desde lejos. Creo que la búsqueda de un heredero ya no era necesaria.