En una de sus columnas de hace pocas semanas en “El Espectador”, el escritor antioqueño Esteban Carlos Mejía se preguntaba “por qué en Medellín gustan tanto las novelas del húngaro Sándor Márai”. Yo agregaría: ¿y por qué les gustan tanto a las mujeres? En las tres librerías supervivientes en la ciudad, las novelas (y otros géneros) que cultivó Márai son por autor las de más alta demanda, más precisamente por parte de señoras muy cultas de El Poblado y, yendo más lejos, separadas o divorciadas, y escritoras o “aspirantas” a serlo. Yo mismo fui culpable de haber sido uno de los iniciadores de la “moda Márai”, en 1995, cuando escribí en alguna revista que el poeta León de Greiff había traído a Colombia su primer libro traducido al español por la editorial Destino, “Música en Florencia” (1951). Desde hace unos 15 años, cuando lo reaparecieron, “Sándor”, como le dicen las señoras, se volvió objeto de culto literario cuasi-sexual, santo de prenderle vela y, habrá que decirlo con envidia, todas ellas son sus incensarias devotas con más amor que el que le dedican a sus maridos paisas, tan prosaicos y futboleros. Yo hacía mucho que no leía al desventurado Márai –exiliado de su patria en el 48 y suicidado en California en 1989- hasta que hace pocos días devoré sobre el sofá a “La mujer justa”, en ocho horas de feliz cópula literaria. Y fue entonces cuando al cabo de tanto tiempo descubrí su secreto: Sándor Márai, escritor-hombre, fue en realidad lo que los semánticos llaman un autor-hembra: una mujer extraordinaria, una mujer, sí, que habitaba en su espíritu y la que escribió el conjunto de su obra fascinante. En “La mujer justa”, cuya primera parte la escribe precisamente “una mujer” de la alta sociedad húngara, se descubre el enigma. Es un largo monólogo de repostería, escrito con un teclado ardiendo en llamas de hielo, el modo puro del pensamiento femenino. La hermosa dama, revisando como revisan todas un día la cartera o maletín de su marido, un rico empresario, descubre un trocillo de desvaída cinta morada, una pista ínfima pero inquietante, que la pone en la tenaz persecución y captura de la que ella supone que es “la otra”, la “amante” de su marido, supuestamente fiel durante largos años de matrimonio. A través de la búsqueda, la señora desengañada pero serenamente furiosa se las arregla para ajustar cuentas con los para ella y hasta entonces sagrados valores de Amor, Felicidad, Verdad, Cultura, Riqueza, Arte, Clases Sociales, Orden, Fidelidad: todo cae en un prodigioso abismo destructivo (completado en la segunda parte con voz “masculina”) de donde el lector no sale ileso y sí más bien al borde de una matadora anarquía. Pero es en el espinoso asunto de la “Felicidad” donde más se detiene, considerándola desde todos los ángulos con incisivo bisturí de género y declarándola al final imposible. La mujer justa, el hombre justo, no existen… Señores de El Poblado con esposas amantes de Sándor: no dejen nunca el maletín al alcance de sus mujeres, ni mucho menos de sus amantisas ocasionales: estas últimas suelen dejar allí algún rastro, esperando que “la bruja” lo encuentre para precipitar y darle más ebullición a la aventura. Pero si de pronto… otra novela femenina sería escrita, para bien de la literatura colombiana tan escasa de ellas.
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Tu esposa es amante de Sándor
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