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Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa | ||
Platón lo llamaba el Sócrates loco. Sabemos que vivía en una tinaja y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo: “busco un hombre (honesto)”. Se trata de Diógenes de Sinope, un hombre despreciado por unos, admirado por otros e incomprendido por la mayoría.
Mientras sus congéneres le decían “perro” despectivamente, él se identificaba orgullosamente con las siguientes virtudes caninas: indiferencia y naturalidad en la manera de vivir, carecer de vergüenza a la hora de hablar o actuar en público, fiereza para preservar los principios de su filosofía y la capacidad de distinguir los amigos de los enemigos. De ahí que la gente lo apodara el cínico, ya que kynikos es la forma adjetiva de kyon; perro en griego. Era un filósofo pragmático, al igual que Sócrates se rehusó a escribir. Una de las cosas que más le admiro, es su desprecio del bla, bla, bla vanidoso y su compromiso para hacer de su propia vida la mejor exposición de su filosofía. Quiero narrar dos breves anécdotas que ilustran su poderoso carácter: La primera de ellas relata que en un viaje a Egina, fue apresado por piratas y vendido como esclavo. Cuando fue puesto en venta, le preguntaron qué era lo que sabía hacer y respondió: “mandar, ¿ alguien quiere comprar un amo?” Se dice que fue comprado por Xeniades de Corinto, quien no solo le devolvió la libertad sino que lo convirtió en tutor de sus dos hijos. La segunda dice que una mañana Alejandro Magno, el gran emperador, interesado en conocer al famoso filósofo y honrarlo, se le acercó y le preguntó si podía hacer algo por él. Diógenes le respondió: “¡Sí, apártate de la entrada de mi tinaja porque me tapas la luz del sol!” Los cortesanos y acompañantes se burlaron del filósofo, diciéndole que estaba ante el rey de la humanidad. Alejandro cortó sus risas diciendo: “De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes.” Lo que quiero resaltar en este tributo a Diógenes es su encarnación de tres virtudes que considero fundamentales para el desarrollo humano de las personas. En primer lugar pone el acento en la autenticidad por encima, e incluso en contra, del moralismo y las virtudes sociales. Considera que quedarse en el rango de la norma y de la costumbre es lo mismo que justificar una existencia en la mediocridad. Cada hombre debe buscar su propia verdad volviendo a sí mismo, a una honestidad y autenticidad fundamentales. En segundo lugar está la libertad frente a las necesidades y los deseos. Muy pronto entendió el filósofo perruno que no hay mayor logro que saber ponerle un límite a las necesidades y una válvula al deseo. Según este los hombres obedecen a sus deseos como los esclavos a sus amos. Fue esto lo que le permitió tener una dignidad superior que la del emperador Alejandro cuando este último le hizo el ofrecimiento. La autenticidad radical y una posición sabia frente al deseo y la necesidad conllevan a la autarquía: situación propia del sabio, que se basta a sí mismo para ser feliz, pues no necesita para ello otra cosa que el ejercicio de la virtud. La autarquía es la libertad de conocerse, pararse sobre los propios pies y saber desear; ser amo de sí mismo. Lo más diciente de todo es que fue un excluido de la sociedad por su carácter desafiante. Pero todo queda mucho más claro cuando vemos que su desafío constante solo tenía un propósito claro: señalar la esclavitud del hombre e invitar a una insurrección personal e íntima. |
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