Tres esquinas

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Tres esquinas
 
 
Nos encontramos ante una experiencia fugaz del tiempo, de la cultura y del arte, como valores que se fragmentan y disuelven vertiginosamente, a pesar de su aparente solidez y consistencia
 
     
 
 
     
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
  La ciudad contemporánea tiene un carácter antimonumental. En contra de lo que ocurría en las ciudades antiguas, en las cuales el urbanismo de sectores completos se definía o transformaba para acoger y exaltar un monumento, las urbes actuales hacen primar valores más pragmáticos y económicos, además de hacer patente que aquel tipo de obra de arte respondía a pensamientos y a ideologías que ya no tienen vigencia. Por ese motivo, la escultura pierde sus tradicionales espacios exclusivos y, casi siempre, debe adecuarse a las posibilidades que le ofrecen las áreas públicas funcionales.
En ese orden de ideas, uno de los principales problemas que enfrenta el escultor es el de la ubicación de su obra en el espacio disponible, a veces apenas residual; y no meramente para situarla sino para sacar de ello un enriquecimiento de significación.
Alberto Uribe (Medellín, 1947) lo resuelve de forma muy original en la obra “Tres esquinas”, ubicada en el edificio San Lucas de la Serranía, en el cruce entre las Transversales Superior, Inferior e Intermedia. La escultura, en hierro pintado de poliuretano rojo, presenta, como su título indica, tres esquinas que corresponderían a un gran cubo de 15 metros de lado, del cual sólo vemos un fragmento. Realizada en 1989, la obra forma parte del amplio conjunto de trabajos que se crearon en Medellín en cumplimiento del acuerdo del Concejo Municipal que ordenaba dotar de una obra de arte ciertas construcciones de la ciudad.
Coherente con ese origen, quizá el mayor logro de Alberto Uribe es el de haber creado su obra, precisamente, con relación al proceso urbanístico y constructivo de la zona y del edificio. De manera muy sofisticada, trabaja la sensación de que su cubo es apenas un descubrimiento que se produce en el curso de la excavación, al cortar la montaña para dar paso a la vía. Y, como si se tratara de un hallazgo arqueológico, se respeta lo encontrado y se mantiene su relación con el terreno, con la diferencia paradójica de que lo que aquí se descubre no es el pasado sino un presente inmediato.
Nos encontramos, pues, ante una experiencia fugaz del tiempo, de la cultura y del arte, como valores que se fragmentan y disuelven vertiginosamente, a pesar de su aparente solidez y consistencia.
Por lo demás, las posibilidades de reflexión que se desprenden de “Tres esquinas” de Alberto Uribe están vinculadas con un cierto carácter antimaterial y conceptual que plantea la obra. Por una parte, hay un contraste evidente entre el gigantesco volumen del cubo y la relativa ligereza de sus componentes, que tienen apenas 70 centímetros de lado. Y, por otra, sobre todo, porque “Tres esquinas” nos hace ver un cubo semienterrado que, en últimas, sólo existe a nivel conceptual: como es obvio, el artista no produce el cubo completo pero le da una existencia real e indiscutible que se nos impone a través de la intuición de las formas. “Vemos” el cubo y pensamos en sus implicaciones en un proceso que, además, hace patente el poder intuitivo y reflexivo del arte contemporáneo.
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La exposición “El cielo en la tierra”, en el Museo de Antioquia, ofrece la posibilidad de ver importantes obras de arte religioso de la colección de la Arquidiócesis de Medellín, que plantean la penetración y el mestizaje cultural y religioso durante la época colonial. Es, además, la oportunidad de percibir la riqueza de nuestro arte colonial, frecuentemente subvalorado. Con la curaduría de Sol Astrid Giraldo, la muestra estará abierta hasta el 12 de julio.
 
 
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