Saúl Álvarez Lara
Pasó corriendo. Solo vi su sombra. Pero en verdad, ni siquiera la vi, fue una exhalación que surgió de no sé dónde y por poco me tumba, me arrinconó contra uno de los muros de contención de la estación Berrío. Cuando logré mirarla, después de recobrar el equilibrio, vi una silueta pequeña que se alejaba a toda prisa por el andén desierto. Iba vestida de negro, demasiado abrigada para la hora y el clima, y se alejaba sin movimientos exagerados, solo sus piernas como aspas de hélice no cesaban de girar, eran el motor que la impulsaba.
A pesar de la velocidad y lo inesperado de la situación, una figura de varios colores, entre rojos y verdes, en una de las piernas llamó mi atención. Lo que siguió fue extraño, es lo menos que puedo decir: corrí trás la figura oscura y abrigada en exceso. Cuando la alcancé, era una mujer joven, me miró sin sorpresa; mi pregunta tampoco le sorprendió: ¿qué es el tatuaje? ¿Le gusta? preguntó sin detenerse. Estuve a punto de pedirle que no corriera mientras hablábamos pero ella siguió: …es un dibujo que tengo en mi cuarto y me gusta mucho, es un paisaje… ¿le gustan los tatuajes? preguntó enseguida. Sí, respondí, me gustan pero no llevo ninguno, solo les tomo fotografías, ¿le puedo tomar una? pregunté para ensayar una manera de hacerla detener. Claro, respondió sin dejar de correr. Cuando logré tomar la foto que, por supuesto, quedó con el movimiento incluído, estábamos cerca de las escaleras de salida y la joven no hizo, en ningún momento, ademán de detenerse. En cambio yo sí intenté hacer que frenara, le pregunté: ¿tiene más tatuajes? pero no me escuchó… en ese momento el metro entraba en la estación y ella iba ya escaleras abajo…