Te necesito

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Lo más importante y significativo cuando queremos saber algo más de convivencia es comprender que nada supera a una buena práctica. La teoría nos anima y dirige, pero lo primordial será el tiempo de entrenamiento en servicio desinteresado que logremos acumular, para crecer y ser los mejores seres humanos que deseamos y necesitamos ser.

La clave está entonces en disponernos al servicio de quien nos necesite, sin que medien intereses y valoraciones de orden ideológico, racial, social, económico, educativo, de apariencia o manejo del lenguaje. Todos esos juicios y prejuicios entorpecen la mirada y hacen que perdamos tiempo y la oportunidad de ser útiles.

La mejor manera de entrenarnos en el arte de vivir juntos, en la destreza del convivir, es acumular horas, muchas horas dedicadas a pequeñas y sencillas tareas, que bien podemos llamar oficios de paz, con nuestros vecinos, parientes, amigos, y también con aquellos que apenas distinguimos y necesitan de nosotros. Tanto los unos como los otros, los más cercanos y los más lejanos, nos constituyen de igual forma, hacen parte de nuestro todo y lo que les pasa tiene que ver directamente con nosotros. Por tanto, lo que se impone es dejar de mirar nuestro propio ombligo y abrirse a la perspectiva de unidad.

 Se trata de avanzar para que la bondad y la compasión dirijan la acción, y la magia de lo colaborativo inspire, como es el caso de los muchos milagros cotidianos diarios, gracias al trabajo silencioso de colectivos de jóvenes y mujeres en nuestra ciudad.

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El dar siempre trae mucha alegría y es relativamente fácil, pero el recibir y aceptar que necesitamos ayuda requiere de mayor esfuerzo, es más difícil. Con lo primero nos sentimos poderosos, importantes; lo segundo, el recibir ayuda, parte de reconocernos vulnerables, imperfectos, frágiles, incompletos. Ese ejercicio de humildad viene de maravilla para poder sentir y confirmar que no estamos solos.

 
La cooperación y la armonía en la vida social serán más alcanzables a partir de nuestro personal entrenamiento en esos pequeños favores cotidianos, como, por ejemplo, acompañar a un vecino enfermo, pasear su perro, mojar sus matas, escuchar su dolor, calentar su sopa, hacer sus compras. Muy importante no caer en la tentación de confundir bobada con bondad, porque sabemos que la paz es imperfecta porque la construimos entre todos, con nuestros talentos y también con nuestras debilidades e imperfecciones.

Es necesario huir de un supuesto muy generalizado, que minimiza la capacidad de trasformación a partir de acciones individuales, dada la magnitud de los problemas. Se trata de igualarnos en dignidad para hacernos responsables, sin distinciones, por la protección y el cuidado de nosotros, de los otros y del planeta.

Es inmensa la potencia de un: ‘¿en qué puedo servirte?’. Y también lo es un: ‘te necesito’. Es un ir y venir pendular entre el ofrecer y el necesitar, entre el dar y el recibir.  Para ambos ejercicios se requieren la misma actitud y disposición y, sobre todo, se imponen dos prácticas poco usuales: la escucha bien afinada para comprender a cabalidad lo que el otro necesita y el silencio respetuoso, para no alardear, que tanto parece gustarnos. 

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