José Manuel Valenzuela es un sujeto fronterizo. Este escritor y doctor en Ciencias Sociales nació en Tecate, México, y desde esa frontera emblemática con Estados Unidos ha querido cambiar el mundo; primero desde el trabajo comunitario, los movimientos sociales y el activismo; luego, desde la investigación y la vida académica, a partir de la creación del Colegio de la Frontera Norte (Colef) a principios de los años 80. Su trabajo busca ayudar al derribamiento de estereotipos y el acercamiento al entramado que son las fronteras territoriales, generacionales, de género, raciales o de cualquier otra forma de identidad.
“Una de la grandes paradojas del mundo globalizado”
Para el doctor Valenzuela las fronteras no pueden ser solo zonas ni metáforas del cruce de territorios. Son contenedores porosos que generan procesos, tanto de conexión como de separación, y están construidos de forma vertical; desde abajo en las relaciones socioafectivas y en las redes de intercambios, hasta arriba donde se dan los procesos de control, segregación y las lógicas de poder.
Pero además son territorios de creaciones, apropiaciones y de préstamos culturales. En la frontera norte de México, por ejemplo, el muralismo chicano, los corridos y las fusiones entre el inglés y el español, ahora conocido como spanglish, son solo algunas de las grandes expresiones culturales que también han servido como formas de resistencia de la población mexicana que quedó del otro lado de la frontera con la invasión estadounidense a México, y al racismo que ha enfrentado en su historia migratoria del siglo 20.
La frontera sexy y los estereotipos
Surge entonces la cultura como contrapeso de los mundos sórdidos que implica toda frontera (contrabando, tráfico, trata humana, narcos). Con cine, coreografía, arte y música, “de repente, la frontera se vuelve sexy”, señala Valenzuela. “Desde el centro quieren trabajar temas fronterizos y aunque todavía se está dando el tránsito del estigma al emblema, tenemos muchos elementos para deconstruir y cuestionar muchos de los estereotipos que se construyeron desde el centro del país”. Estereotipos como pensar que la población fronteriza no tiene una identidad definida. Las fronteras invisibles, las que agrupan o separan individuos y en ocasiones definen, también están cargadas de estereotipos. El estereotipo -explica-, es un prejuicio, una idea desde el desconocimiento, endurecida e impermeable al argumento, que puede ser combatido desde la investigación y la visibilización. Incluso en aquellas fronteras invisibles que Medellín conoce como disputas territoriales.
“Las voces canónicas de la ciudad letrada”
“Cuando se presentó La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria, pude ver la polémica que se generó; había gente que decía que eso no existía”, recuerda José Manuel. “Hay fronteras que la gente no quiere ver y se niega a reconocer”. Asegura que los trabajos de investigación que inviten a ver otras perspectivas son una herramienta poderosa. “Trabajos como el de Alonso Salazar en No nacimos pa’ semilla y el de otros investigadores colombianos, nos llevan a pensarnos de otra manera, donde el otro no es necesariamente el enemigo, y ahí, desafortunadamente, nos falta mucho por construir”. O trabajos como El olvido que seremos, de Héctor Abad, que sorprende a Valenzuela porque “de alguna manera generó un anclaje de reconciliación interesante”. La literatura, entonces, y “las voces canónicas de la ciudad letrada”, son importantes para dar una visión diferente a lo que se muestra de la juventud y de otras poblaciones agrupadas bajo fronteras y estereotipamientos en “el bombardeo televisivo de notas rojas”.
José Manuel es optimista frente a tantas fronteras actuales: “Desde abajo han surgido múltiples experiencias que nos pueden llevar a pensar que sí podemos apostarle, no a que las fronteras invisibles desaparezcan, pero sí a que se conviertan en elementos desde los cuales vernos, desde la mirada y los ojos de los otros, aquellos que también nos construyen y nos constituyen”.