¡Somos lo que consumimos!

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La frase “somos lo que consumimos” ha sido utilizada siempre para resaltar la importancia de la alimentación en nuestra salud física. Sin embargo, en un mundo cada vez más saturado de información y estímulos, esta afirmación se debe extender más allá del plano físico para abordarlo desde lo mental, personal, familiar y laboral. 

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Cada día nos alimentamos no solo de comida, que es la fuente primaria de energía de nuestro cuerpo, sino también de la lectura, la televisión, la música y las conversaciones que tenemos, las cuales se convierten en fuente de crecimiento, o de deterioro personal; por esto, es crucial ser conscientes y selectivos con lo que permitimos entrar a nuestra vida.

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La lectura ha sido siempre un vehículo fundamental para la transmisión de ideas, conocimientos y creencias, es así como los textos que elegimos para leer pueden ser una fuente poderosa de inspiración y crecimiento. Daniel Goleman (1995), en su libro Inteligencia emocional, argumenta que la lectura de literatura de calidad puede mejorar nuestra capacidad para entender y empatizar con los demás; esto se debe a que la lectura nos permite vivir indirectamente las experiencias de otros, desarrollando una mayor comprensión y compasión. 

Así mismo, la televisión y las redes sociales son, para muchas personas, una de las principales fuentes de entretenimiento e información. Ambas tienen la capacidad de moldear nuestra percepción de la realidad, influir en nuestras emociones y hasta en nuestras creencias. Un estudio de la American Psychological Association encontró que la exposición a la violencia en los medios está asociada con un aumento de la agresividad en los espectadores, especialmente en los jóvenes.  Las redes sociales, en particular, presentan un desafío único en cuanto al consumo de nuestra mente. A menudo, estas plataformas nos exponen a una avalancha de imágenes e información que puede ser abrumadora. Jean M. Twenge (2017), en su libro iGen, resalta cómo la generación que ha crecido con las redes sociales muestra niveles más altos de ansiedad, depresión y soledad, en parte debido a la comparación constante con los demás; concepto que también expone ampliamente el psicólogo Jonathan Haidt (2024) en su libro La generación ansiosa.

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Por otro lado, el lenguaje que usamos juega un papel crucial en nuestra forma de relacionarnos con el mundo; las palabras tienen poder, no solo para comunicar, sino para construir o destruir. La neurociencia ha demostrado que el lenguaje que usamos habitualmente puede reconfigurar nuestro cerebro.

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En un mundo en el que estamos constantemente asediados con información, es vital ser consciente de lo que permitimos entrar en nuestra mente, porque repercute en nuestra salud, estilo de vida y relacionamiento. Esto no solo implica ser cuidadosos con lo que leemos, vemos y escuchamos, sino también con las personas con las que interactuamos y las conversaciones que tenemos.El consumo consciente no solo se trata de evitar lo negativo, sino de buscar lo que realmente nos alimente el espíritu, especialmente en estos momentos que vivimos en Colombia, donde la incertidumbre, la polarización, el lenguaje violento, las noticias falsas, la pérdida de seguridad y la capacidad de malear lo ético, buscando réditos personales o colectivos, están a la orden del día. Definitivamente, de nosotros depende generar hábitos, conversaciones y relaciones que nos brinden bienestar.

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