Sobre ruedas por las aceras de El Poblado

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Desafiando obstáculos sobre ruedas por las aceras de El Poblado Más de un 80 por ciento de los andenes que se construyen en la ciudad son inaccesibles 
 

La silla de ruedas de Juan Camilo Restrepo se ve más incómoda con la tabla de madera que debe ponerle debajo del cojín. La tabla tiene que usarla por los dolores que siente en la espalda y el cojín le sirve de amortiguador. La lleva siempre en la parte trasera de su carro. Encaja sus piezas de una manera ágil, pues hace 22 años es parte de su rutina si quiere moverse hacia algún lado. En pasar rampas, calles desniveladas, texturas de piedra, hendeduras de adoquines, escalones de aceras, se volvió un experto. “En Medellín ya no se puede ir a los parques ni a llorar”, dice sentado en su silla en el Parque del Silencio (el nuevo que se construyó en la carrera 43 C con la calle 9) mientras cruza el sendero que intercala bloques de cemento con piedrecillas.
 
Los primeros años después del accidente de tránsito que lo dejó parapléjico cuando tenía 16 años, pasó tardes yendo a los parques con su perro lazarillo y oyendo música en un walkman. Era la manera de enfrentar su nueva condición de discapacidad física. Lanzarse a la calle, pedir favores y ser discriminado con miradas, son los primeros pasos que se dan para sobrevivir en una ciudad que, además de excluyente, aún no es lo suficientemente accesible, según Juan Camilo. “La discapacidad es 100 por ciento difícil de vivirla y la sociedad la dificulta un 200 por ciento. O sea que nosotros vivimos con el 300 por ciento más de dificultad que una persona que no tiene discapacidad”. Lo dice porque no pudo terminar de estudiar, pues las universidades no son accesibles; tardó 15 años en conseguir trabajo; antes de comprar una silla de ruedas tuvo que estudiar mucho cómo se podía movilizar en Medellín; aprendió a bajar las 38 escalas de una estación del metro; se ha ido de bruces; alguna vez un taxista le preguntó con sarcasmo si también debía llevar la silla y le han dado plata creyendo que está pidiendo limosna. Lo que más le indigna es el desconocimiento en la ciudad sobre lo que es una discapacidad y sus diferentes tipologías, y la manera de denominar a las personas que la sufren. Lanzándose a la calle ha recorrido a Medellín. Desde hace ocho años se unió a un grupo de activistas voluntarios por los derechos de las personas con discapacidad y creó la página www.nomasobstaculos.org

Accesibilidad en El Poblado

Uno de los temas que más les preocupa a las personas con discapacidad es la accesibilidad a las aceras que se construyen en la ciudad, y El Poblado es una de las zonas más críticas. “Las están construyendo ingenieros y arquitectos que no tienen ni idea de accesibilidad. Creen que es solo para personas con discapacidad. La accesibilidad consiste en crear diseños universales para toda la población, que le sirva al ciego, al sordo, a la persona con movilidad reducida, a la señora en estado de embarazo, a la que lleva un niño en coche, al que va en patines, al que camina”, afirma Juan Camilo.


Caminamos con él por la calle 9, pasamos por la Avenida El Poblado, fuimos a los alrededores del Centro Comercial Oviedo y a la nueva obra de Patio Bonito, el barrio donde vive. Por ejemplo, en esta última (que tuvo un costo de cinco mil millones de pesos), se ve el cemento gris de las aceras aún impecable, y sobre estas una franja amarilla que demarca el camino. Caminando, uno podría subir y bajar por las calles cuando se inclinan, esquivar un hundimiento, correrse hacia un lado si la acera se desnivela o dar un brinquito a los escalones si está trotando. Pero intente hacer lo mismo en esta y otras vías de la comuna 14 o cruzar la Avenida de El Poblado en una silla de ruedas. ¿Podríamos hacerlo?

Según Juan Camilo, las incoherencias en las aceras de El Poblado son varias:
La huella táctil que está sobre las franjas amarillas y que sirve de guía a los ciegos, es atropellada por paraderos de buses, basureras o postes. También las hacen por el borde de la acera. “No saben para qué son, las ponen por la zona más peligrosa o para adornar”. Hay dos texturas que se mezclan, la de líneas que direccionan y la de puntos que alerta. “A veces no tienen continuidad, llegan a la calle y cambian, entonces confunden”. La textura también tiene un relieve muy alto y eso causa dificultades para todos los peatones.

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Las rampas tienen un escalón o desnivel al final. Deben estar al nivel de la calle, de manera que no frenen la silla de ruedas o haya que levantarla para cruzar. “No tienen continuidad, hacen una rampa a un lado, y al otro no. No son rampas, son trampas”.

Adoquines: no son adecuados y las separaciones entre ellos generan vibraciones. “Puede haber 700 vibraciones en una cuadra, que causan dolores de columna o cabeza para quienes se movilizan en silla de ruedas o también incomodidades para un bebé en un coche”.

Señalización para sordos: “Hace falta crear una señalización viable para ellos porque la mayoría no sabe leer, su lenguaje es el de señas”.

Parqueaderos: deben tener las dimensiones adecuadas. Una celda de mínimo cinco metros de largo y 3,5 metros de ancho. La norma exige que el dos por ciento de las celdas esté destinado para personas con discapacidad. “En las pocas celdas que hay, uno no puede abrir la puerta y bajar la silla de ruedas. Además hemos pedido que no estén mezcladas con las de mujeres en embarazo. Son más señoras en embarazo y eso debe ser para una persona que no tiene movimiento”.La denuncia

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Para Juan Camilo, lo inaceptable es que algunas de esas incoherencias se den en obras nuevas. Estas deberían cumplir el decreto 1538 de 2005, que reglamenta parcialmente la ley 361 de 1997 o marco de los derechos de las personas con discapacidad. Considera que en Medellín se da más importancia a los carros que al peatón; hay rampas para los vehículos pero no para las sillas de ruedas, las aceras son altas, estrechas (no cabe una silla) y están obstaculizadas por postes y señalizaciones. “La administración municipal podría hacer todo bien, pero lo hacen por facilismo, por economía y hasta me atrevería a decir que por intereses ilógicos. Ellos tienen la obligación de entregar una obra cumpliendo con la ley, pero el problema es complejo por el dinero que hay involucrado en esas obras”.

La petición

Hacer un modelo organizado para construir las aceras con una veeduría real, ética y profesional y que los contratistas cumplan, es el llamado que los activistas hacen a la Alcaldía de Medellín y a las dependencias relacionadas con el tema, como el Fondo de Valorización de Medellín (Fonvalmed), Infraestructura, Movilidad, Espacio Público y Planeación. Destaca que Fonvalmed los ha escuchado y que han tenido logros en las nuevas obras del metroplús. Sin embargo, insiste en que se necesita la unión de todas las secretarías municipales, pues aún hay muchas peticiones sin respuesta, como las que hicieron sobre las aceras alrededor de Oviedo.

El activismo que ha realizado durante estos años, lo ha tenido de aquí para allá dando charlas en empresas, centros comerciales, hoteles y universidades para que sean accesibles, y en procesos de acciones populares que de fallar a su favor podrían costarle miles de pesos a las constructoras, contratistas o al Municipio. “Quiero ayudar a que Medellín cambie, a que sea una ciudad más incluyente, realmente innovadora y con más oportunidades para las personas con discapacidad”, manifiesta. Es una lucha similar a la que desde muchos años atrás han librado otras personas, como el arquitecto Juan Pineda.

La vida que rueda

Caminar fue una de las 32 metas que Juan Camilo se prometió cumplir. Lo logró cuando ganó unos tratamientos de electroestimulación de la Nasa. La adrenalina es su pasión. Fue campeón en la primera carrera de automóvil para personas con discapacidad en Colombia. Las motos han seguido su marcha. Tiene récords por competir en carreras de motos de dos llantas, junto a 21 participantes sin discapacidad. En una fue tercero y en otra quinto. Fue de los primeros en Suramérica en volar en parapente hace 21 años. Hace un poco más de un año, en el carro que acondicionó, hizo un viaje de 2600 km a 50 km/h en 10 días a lo largo de la Costa Atlántica y en territorio venezolano, pero nada ha superado el desafío que le implica movilizarse en El Poblado.

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