Estoy de acuerdo con mi maestro Claudio Naranjo en que los males del mundo provienen de los males del alma. Y los males del alma tienen su asiento en las pasiones.
Estas no son un asunto de filósofos, psicólogos, psiquiatras o consultores como lo ha hecho creer la agonizante psicología del siglo pasado. Nos conciernen a todos y de la comprensión que tengamos de ellas dependerán la calidad de nuestra vida, nuestro desarrollo psico-espiritual, la supervivencia del planeta y nuestro desarrollo como especie.
Los clarividentes griegos o los héroes trágicos, como Edipo, son ciegos o de alguna manera renuncian a sus ojos de “afuera” para mirar con los ojos de “adentro”. Es sabio solamente quien aprende a mirar adentro y comprende más el sinuoso terreno de sus pasiones.
La psicología nos ha invitado a pensar en el sufrimiento humano, no tanto en función de maldades- como lo hizo el dogmatismo católico en su compulsión de moralizar todo lo existente-, sino como disfunciones, confusiones o desviaciones de los impulsos. Así nos ha reconciliado, sin quererlo, con el significado de la palabra pecado en el antiguo testamento –Hamarteia en griego– que, extraído del lenguaje de la arquería, se refería a “no dar en el blanco”, y aludía a un error trágico, defecto o fallo.
La pasión es, en primer término, aquello que nos hace errar en el blanco. Las tradiciones espirituales aluden a un tipo de inconsciencia profunda que nos hace anhelar, pensar, sentir y hacer lo que nos hace sufrir. San Pablo decía: “Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí”. Léase esta última parte como “(…) las pasiones que residen en mí”.
Las pasiones son deseos destructivos, exagerados, cuya satisfacción nos hace más dependientes, vacíos e insaciables. ¿No se pierde el vanidoso en el engaño de su propia vanidad? ¿No crea el iracundo con su ira las condiciones de más ira? ¿No se pierde el orgulloso en el encanto de su seducción volviéndose aún más adicto a la seducción?
Ante ellas, la voluntad y la consciencia son pasivas; nuestra libertad y responsabilidad quedan paralizadas. El adicto a los logros y las credenciales no puede decidir ante su impulso a ser reconocido. El iracundo perfeccionista no puede decidir frente a su compulsión a corregir. El goloso abandona todo, sin decidir, por perseguir sus espejismos en la tierra del “Nunca Jamás”.
La pasión indica una inclinación exclusiva hacia un objeto, un estado afectivo duradero y violento en el cual se produce un desequilibrio psicológico. Las pasiones siempre adelgazan nuestro ojo y nuestra consciencia. Enceguecen. ¿No es el envidioso experto en ver solamente la parte vacía del vaso?
En un sentido profundo, las pasiones pueden ser vistas como un intento desviado de ser que se constituye negando el ser. Incrementan el sufrimiento tratando de evitarlo. Esta es la cárcel en que nos meten. Me encanta la imagen del Atlas Griego condenado a desarrollar una tarea que tiene que volver a empezar una y otra vez hasta el infinito.
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