Las lecciones que dejó el paso de la Selección Colombia por el Campeonato Mundial de Fútbol no terminan.
Con respecto al equipo como tal, se palparon las bondades de la solidaridad, el trabajo en grupo, la disciplina y la alegría. Hasta del último partido, la derrota ante Brasil, quedó otro aprendizaje: el miedo no es buen coequipero, por lo general inhibe, bloquea, como en efecto se vio en el primer tiempo, cuando los jugadores de Colombia saltaron a la cancha. Esto, claro está, sin desconocer el desequilibrado desempeño arbitral y el juego sucio del local, acolitado por el árbitro.
En cuanto al resto de los colombianos –los hinchas–, mucho se ha hablado de la unión sin precedentes en torno a los intereses patrios que la Selección generó en ellos, sin distinción de edad, sexo, ocupación, lugar de residencia, filiación política o clase socieconómica. La pasión que despertó la actuación del equipo, hizo aflorar un sinnúmero de sentimientos y procederes colectivos nobles y sinceros, como la gratitud, la acogida y la expresión de los afectos, nunca antes disfrutados con tanta intensidad.
Ahora, pese a la eliminación de Colombia del Mundial, las lecciones continúan, aunque de otra manera; la realidad se presenta como espejo que permite nuevas lecturas. Es curioso ver, por ejemplo, cómo se transformó la solidaridad y la unión propiciadas por el amor a la Selección, en solidaridad y unión alrededor de la inconformidad –incluso rabia– con la Fifa (felicitó al árbitro por su “buen desempeño” después del partido) y con Brasil, y el ánimo de desquite. Los colombianos, históricamente fanáticos de Brasil, celebraron con pitos, abrazos y saltos de alegría uno a uno los siete goles de la humillación al pentacampeón del mundo.
Se vio claro cómo el desvío pernicioso de unos propósitos que en principio son nobles –en este caso el juego limpio, la sana competencia y el espíritu deportivo–, origina en el alma humana sentimientos más amargos, como la frustración, el odio y el deseo de revancha.
Sucedió con el fútbol, pero puede extrapolarse a otros campos de la vida nacional, como la política o el proceso de paz, por solo mencionar algunos. La honestidad, la honradez, la limpieza en las actuaciones sacan lo mejor del ser humano, pero los comportamientos innobles, soterrados, corruptos o engañosos generan resentimiento y deseo de venganza. Donde crece la desconfianza, algo se rompe irremediablemente. Volver a coser la confianza deshecha toma tiempo y causa mucho dolor.
Los espejos son para eso, para que no se queden en anécdota sino que sirvan como ejemplos a tener en cuenta para construir una sociedad mejor.
Ojalá esa unión en torno a las causas comunes y la indignación colectiva contra lo que nos degrada, se sigan manifestando en asuntos más trascendentales para el país, pues ya vimos la dimensión de esa fuerza que se despierta cuando estamos comprometidos de corazón.