Sobre este y otros temas habló el Comunicador social y Ph D en Filosofía, profesor de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades de la UPB, Memo Ánjel, en el conversatorio de Vivir en El Poblado y Santafé Medellín
Escritor, publicista, filósofo, caricaturista, pintor, profesor. En todas estas facetas se ha destacado Memo Ánjel, judío sefardita nacido en Medellín hace 58 años. Sin embargo, seguidor sin saberlo de aquella máxima que tanto exponían a manera de cantaleta las madres antioqueñas de generaciones pasadas: “doctor en mil profesiones y sin profesión ninguna”, Memo optó por dedicarse a un solo oficio, sin dejar de lado, claro, sus clases. “No se puede hacer de todo al mismo tiempo y hacerlo bien. Hace rato dije: o soy bueno en eso o soy bueno en esto, y cancelé todo y me dediqué a la escritura”.
Para algunos, Memo es “una cajita de música”. Las palabras son su mundo, se sienta y se recuesta en ellas. “A mí me encanta hablar, voy a hablar y me desahogo, es como ir donde el psicoanalista”, dice, por ejemplo, de su programa en Radio Bolivariana. Son varios los ingredientes que le permiten gozar de fama de buen conversador: un agudo sentido del humor, resaltado por un muy pausado y marcado acento paisa, y una vasta cultura adquirida con su férrea disciplina de estudioso y lector. Si a esto se suma que es un profesional de la observación, tiene una memoria prodigiosa para los detalles de aparente poca monta y los asuntos de envergadura, y es un gozón de la vida de tiempo completo, el resultado es que las horas siempre serán cortas para oírlo hablar y contar anécdotas. Eso fue lo que sucedió en el pasado conversatorio realizado por Vivir en El Poblado y el Centro Comercial Santafé Medellín, con el nombre de “Literatura antioqueña para saber quién soy”.
“Soy un señor gordo”
“Soy un señor gordo, que me encanta comer bueno, dormir y he tratado de ser muy tranquilo desde hace muchos años; tengo mis preocupaciones como padre de familia, como todos, y trato de convertir la literatura en una forma de responderme preguntas”. Así inició su charla, antes de hablar de muchas otras cosas relacionadas con su oficio de escritor, entre ellas la disciplina, la metodología de trabajo y la experiencia de escribir a cuatro manos, como lo ha hecho con Reynaldo Spitaletta y Gustavo Arango Soto.
Agradece a un antiguo profesor la costumbre de leer 40 páginas al día: “15 por la mañana para salir a la calle sabiendo algo nuevo, 15 al mediodía y 10 por la noche; eso no le quita tiempo a nadie ni para trabajar, ni para ir a cine, ni para enamorar a la señora”. Lee sobre arte, historia, ciencia ficción y novelas de policía. Contrario a lo que podría pensarse, de niño los libros no estaban en sus intereses “Yo empecé a leer en la universidad gracias a Dios. ¡Uno ve a un muchachito de ocho años leyendo al Quijote… lo están matando!”. En cuanto a la escritura, de Hemingway adquirió el hábito de escribir 300 palabras al día. “Escribir sobre lo que uno ve, por eso siempre cargo una libreta y un lapicero en el bolsillo. Si uno no escribe permanentemente se le olvida escribir, lo que uno no hace todos los días se olvida”.
Hoy tiene más de 32 libros publicados, entre cuentos, ensayos, novelas y crónicas, pero reconoce con valentía: “Aunque he venido escribiendo hace muchos años, sólo aprendí a escribir hace unos 10 años. Había escrito mucha cosa tremendamente mala porque en Medellín y en Colombia escribimos sin críticos”. Fue precisamente un crítico foráneo quien le dio la mejor lección: “Señor Ánjel, lo que usted escribe no sirve para nada”. Así, sin adornos, se lo dijo después de leer algunos escritos que Memo le había enviado por solicitud del mismo despiadado, quien preparaba una antología del cuento colombiano. Sin embargo, algo le debió haber gustado desde que le pidió que trabajara con él. Tras la consabida protesta “del argentino que hay en uno”, Memo empezó a trabajar con el crítico, y este se convirtió en uno de sus grandes maestros. “A ese señor le debo los últimos 10 o 12 libros que he escrito. De él aprendió tres asuntos fundamentales: “Primero, que cuando uno va escribir se tiene que hacer una pregunta que tenga sentido. Por ejemplo, en Medellín se escribe mucho sobre la muerte pero nadie se hace la pregunta qué significa matar a otro. Me faltaban preguntas claves, como qué cosa es el pasado, qué cosa es la memoria, qué cosa es el amor, para empezar a escribir en forma. Segundo, el territorio: usted en qué territorio se va a mover, porque no se puede escribir sobre cualquier cosa sino sobre lo que mejor se conoce, y yo tuve que escribir sobre judíos sefardíes porque es lo que mejor conozco. Eso le permite a uno tener obra. Y tercero, escribir sin demostrar que uno sabe, escribir para que todo el mundo lo entienda, escribir simple, concreto y conciso. El periodismo nos ha servido mucho, porque uno escribe muy simple y esto nos permite ser traducidos sin problema”.
También habló de su novela próxima a salir a la luz pública: Tanta gente, sobre la colonización antioqueña, para la cual contrató arrieros que lo llevaran a lomo de mula de Sonsón a Manizales. Pero la historia es larga y el espacio es corto.
“¿Para qué sirven los libros?”, dijo finalmente. “Para que a uno no le pongan problemas en las fronteras, cuando uno los muestra le dicen ‘ah, sí señor, pase’, de resto no sirven para nada”.