Trasnochada y con estrés llegó a clases el lunes 18 de mayo Estefanía Pérez, de 15 años, alumna de 10° del colegio Andrés Bello. Su pequeño Ángel, de tres kilos y 52 cm, lloró todo el fin de semana, desde el viernes en la tarde, cuando por primera vez lo tuvo en sus brazos y ambos fueron llevados a su casa en un vehículo de la EPS Comfenalco. Esa noche Ángel se despertó, gimió y lloró varias veces. Con paciencia, Estefanía interrumpió su plácido sueño de adolescente cuantas veces fue necesario para levantarse a buscar la causa del llanto: miraba el pañal, probaba con el biberón o con la leche materna, le sacaba los gases o lo mecía hasta que Ángel dejaba de llorar. El sábado y el domingo también fueron duros, pues sus amigos la invitaron a salir y ella rechazó las invitaciones para quedarse al lado de Ángel, cuidarlo y calmarlo. La segunda y tercera noches tampoco fueron mejores que la primera, sin embargo el lunes debió madrugar para el colegio. Esa misma tarde, ella y otras tres estudiantes de 14 años devolvieron sus bebés. Así estaba convenido.
Escarmiento lúdico
Las cuatro adolescentes fueron las primeras jóvenes en Antioquia en ser mamás de bebés virtuales, una experiencia pedagógica del Proyecto de Salud Sexual y Reproductiva de Comfenalco, que busca prevenir el embarazo en adolescentes y que se replicará en otras instituciones educativas.
Luego de asistir a talleres de sensibilización, valores y auto-estima y a una preparación especial en la que también participaron sus familias, las jóvenes recibieron los muñecos, los mismos que consideraron como bebés pues son muy similares a los reales. Ellas escogieron sus nombres, casualmente todos con un Ángel involucrado, y recibieron un certificado de nacimiento.
Los muñecos fueron creados por un inventor estadounidense, quien escandalizado con las altas cifras mundiales de embarazos en adolescentes, consideró que la mejor manera de evitarlos era poner a las niñas a vivir una experiencia de maternidad lo más real posible. No más en Antioquia, de cada 100 partos atendidos por Comfenalco en 2008, 36 correspondieron a menores de 19 años.
La novedosa experiencia al parecer dio resultado en estos cuatro casos locales, pues después de vivir en carne propia la responsabilidad que implica un hijo, las jóvenes estuvieron de acuerdo en que aún no es el momento para eso, y que antes deben terminar bachillerato, hacer una carrera y trabajar. Además aseguran que no los quieren tener solas sino con un papá que comparta los gajes de la crianza. No obstante, hubo un sentimiento de tristeza al entregar a sus bebés virtuales.
“Las rematamos”
La enfermera Vicky Paternina, Coordinadora de Promoción y Prevención de Comfenalco, explica que los muñecos o bebés funcionan mediante un software que se programa para que lloren durante 48 horas, con opción para distintas intensidades. “A ellas se los pusimos difícil porque apenas eran dos días y se corre el riesgo de que se enamoren del juguete y lograr el efecto contrario. Con un fin de semana las rematamos y logramos el objetivo”.
El funcionamiento es, a grandes rasgos, así: a la mamá se le pone una manilla con un identificador que está conectado al software. El bebé trae un número que se le agrega al identificador y cada vez que llore, la mamá le tiene que pasar su mano con la manilla por el pecho para que él la identifique. En ese momento hace un sonido especial que significa que ella puede empezar a buscar qué quiere, para calmarlo mediante la activación del chip apropiado: prueba con biberón, lactancia materna, cambio de pañal, le saca los gases, lo acuna y lo mece. “Él empieza a llorar lentamente y va aumentando, al grado que las desespera. Si en cuatro minutos no lo atienden deja de llorar pero queda registrado como mala atención, o si le dejan caer la cabeza se registra como maltrato”. Cuando la joven mamá atina con la necesidad del inconsolable, este hace un sonido de satisfacción y sonríe. “Eso les pasó a esas niñas día y noche desde el viernes hasta el lunes a las 4 de la mañana. Hasta ahí estaba programado y ellas se fueron a estudiar trasnochadas”. Bien lo dijo Estefanía, incluso desde horas antes de recibir su bebé, y luego lo pudo corroborar: “Severa responsabilidad”.