“Ser poeta es mi manera de estar viva”

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  Para algunos será raro que una hija de Medellín del año 80, generación aparentemente más deslumbrada por la imagen que por las letras, se dedique de un todo y por todo a la poesía, tenga cuatro libros publicados, dos próximos a salir y varios reconocimientos a su haber. Sin embargo para ella, Lucía Estrada, no es extraño pues desde pequeña estuvo inmersa en una atmósfera de música, palabras y ensoñaciones. “Tuve la fortuna de venir de una familia de libreros y de tradición de lectura, porque mis hermanos trabajaban en algunas librerías de la ciudad como la Continental, la Científica y la América. Ellos metieron a la casa el imán de la poesía y las artes”. Uno de ellos, Pedro Arturo, “se preocupó mucho por llevarme de la mano y mostrarme ciertos libros de arte y música clásica, jazz y blues”. Así, en este ambiente que para ella era tan natural como respirar y oyendo siempre “conversaciones muy interesantes”, se fue moldeando su sensibilidad.
No fueron muñecas sino libros sus compañeros de infancia. Con siete años, ya pasaba tardes enteras en el solar de su casa leyendo los cuentos de los hermanos Greem, Hans Cristian Anderson y Edgar Allan Poe. Pero el impacto mayor lo produjo Lewis Carrol con Alicia en el país de las maravillas.
Pero el mundo fuera del solar también era poesía. Su hermano no solo la llevaba a conciertos y eventos culturales sino que en el año 91 la acercó al primer festival de poesía de Medellín, donde él, Pedro Arturo, participó como poeta. Lucía tenía 10 años. “Yo prácticamente crezco con el festival. Tuve esa fortuna de poder ver de cerca a grandes poetas, escuchar cómo sonaba su lengua, verlos llorar mientras leían un poema, eso a mí me impresionaba mucho”. La huella, obviamente, fue profunda.

“Que no se me quite el miedo”
Se inició con la escritura de cuentos a los 14 años, pero pronto Lucía supo que no era la narrativa la expresión que buscaba. “Sentí que no me interesaba contar historias sino ponerme en algunas situaciones, crear ciertos espacios y ciertas atmósferas; me gustaba más la exploración misma del lenguaje, el lenguaje sobre sí mismo”. Y empezó a escribir poemas, curiosamente, ni amorosos ni eróticos, tan dados en la adolescencia. “Mis primeros poemas tienen grillos, arañas, cosas guardadas en un hueco, preguntas sobre el mundo. Yo estaba empeñada en que en esos poemas quedara una marca, una señal de lo que estaba viviendo en ese momento, de cuáles eran mis preocupaciones. Son muy breves y sencillos porque tenía miedo de escribir”. Miedo que aún no se le ha quitado y espera que no se le quite jamás “porque el miedo es indispensable; como dice bellamente el poeta Samuel Vásquez, es el que lo empuja a uno a escribir cosas”. Y así nació su primer libro, Fuegos nocturnos, editado cuando tenía 17 años. Aunque hoy quisiera esconderlo, al igual que Noche líquida, su segundo libro – publicado por el gobierno costarricense cuando vivió en ese país- reconoce que “gracias a él se me abrieron puertas, las revistas literarias se interesaron en publicar mis poemas, me empezaron a invitar a pequeños encuentros de poetas y al año siguiente, en el 98, me invitaron al Festival de Poesía de Medellín”, al que después estuvo vinculada como organizadora por varios años.
Luego vinieron otras publicaciones como Mayastra y Las hijas del espino, con las cuales ganó en 2002 y 2005 los premios nacionales de poesía Ciro Mendíay Ciudad de Medellín, respectivamente. En 2006 obtuvo la beca a la Creación de la Alcaldía con Cuaderno del ángel, próximo a publicar, y hace pocos días ganó el Premio Nacional de poesía Ciudad de Bogotá, con La noche en el espejo, aún inédito.
Lejos de dormirse en los laureles y embelesarse con reconocimientos y viajes a festivales internacionales, Lucía sabe que tiene que trabajar mucho “para no defraudarse a uno mismo y mantenerse firme en ese diálogo que estás sosteniendo con la gente que te dedica un tiempo y lee lo que estás escribiendo”. También sabe que la poesía es “desde el principio hasta el final un oficio secreto y así tú publiques mucho, nadie tan solo como el poeta cuando está escribiendo”. Después de todo, es su decisión: “Ser poeta es mi manera de estar sola, es mi manera de estar viva… yo no tengo otra manera, no me interesa otra”.

 
     
 
 
 
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