El número, que para algunos es cabalístico, está marcado por la carta seis del Tarot, la de los amantes. En el judaísmo, tres veces seis da 18 y en lugar de destrucción, produce la palabra Jai (vida). Para los tarotistas tres veces seis es igual a nueve, la luz que ilumina el camino
El 666 señala el fin de los tiempos y en esto de que la tierra saldrá disparada como un bronce esférico de bombarda y las estrellas se convertirán en un juego pirotécnico, aztecas, hindúes y occidentales se parecen: cada tanto se les acaba el mundo. Los dioses aztecas crean el mundo y ya, cuando está listo, los destruyen para volverlo a crear. Brama, en la India, crea el mundo, Visnú lo sostiene y Shiva lo destruye, lo que da origen al samsara, esa cadena de reencarnaciones que terminaría en el nirvana, donde nada molesta porque nada se ve ni se oye. Y en occidente cristiano, el Apocalipsis da cuenta de un final de los tiempos en medio del caos, los ángeles, las vírgenes, los dragones, las bestias y los corderos, diferenciándose de otras culturas, pues para que el mundo se acabe hay una fecha y tiene que ver con el 666. Y si bien el mundo (o lo que es el mundo: los cielos y la tierra) sigue ahí, girando entre la luz y la oscuridad, encogiéndose o expandiéndose, la idea de un final desastroso persigue a muchos que tienen claro la segunda ley de la termodinámica, que dice que todo lo que comienza se destruye y que nada es de manera permanente, excepto el tiempo. O que creen que todo volverá a la nada debido a los pecados habidos contra la naturaleza, que son tantos y variados como las palabras que componen El diccionario secreto que escribió Camilo José Cela, que si bien no es un inventario de perversiones si contiene las partes con que se cometen estos actos.
En el Apocalipsis de san Juan, uno de los tantos que se escribieron por la época (se suponía que los romanos estaban acabando con todo y a lo que destruían le echaban sal encima), aparece el número 666, que es el que marca la cabeza de la segunda bestia, esa que sale del interior de la tierra. Una bestia anterior, que sale del mar, tiene diez cuernos y siete cabezas, más un nombre blasfemo entre los ojos.
El número, que para algunos es cabalístico, pues señala por tres veces los caminos que se bifurcan (cuando no la lengua de la serpiente) está marcado por la carta seis del Tarot, que es la de los amantes, siendo el amor algo que al final se acaba. En el judaísmo, tres veces seis da dieciocho y en lugar de destrucción, produce la palabra Jai (vida), lo que va contra el 666 destructor. Ya, para los tarotistas (que mantienen vivo el juego de imaginar) tres veces seis es igual a nueve (que da de sumar uno más ocho), que es el anciano, la experiencia y la luz que ilumina el camino. Sin embargo, como en la tierra estamos (así ya ni miremos al cielo), tres parejas de amantes producirían un paseo, una orgía, un encuentro de swingers o una reunión para jugar a las cartas. Todo es posible.