Por Víctor Javier Correa Vélez
Médico. Participante Liderario
Para lograr bienestar, justicia social y progreso económico se requiere de estados sólidos, eficaces, eficientes, transparentes y capaces de transformar la realidad, interviniéndola para enfrentar los problemas públicos. Lo anterior, en el marco de una adecuada visión del desarrollo y acorde con los retos actuales de la humanidad, impulsa las capacidades de sus ciudadanos para alcanzar todo su potencial, vivir una vida digna y buscar la felicidad.
Lea también: Candidatos, un llamado a cuidar lo que es de todos
Pero el Estado y sus instituciones pueden ser o no ser: o servir a estos nobles y altruistas propósitos colectivos o terminar cooptados por intereses particulares o de pequeños grupos que los desdibujan, haciendo usa de prácticas corruptas para servirse de ellos, para tratar de satisfacer sus ambiciones desmedidas de poder, reconocimiento o de riqueza.
Esta reflexión, llena de puntos comunes y obviedades (que por ser obvias se obvian), se hace necesaria cuando se acercan las elecciones regionales de octubre. La ciudadanía tiene una gran responsabilidad al momento de decidir quiénes ocuparán los cargos públicos que orientarán desde los rumbos del Estado a nivel local durante los próximos 4 años. Esta no es una decisión menor, las fallas en la administración pública frenan el progreso.
Se siente en el aire político del país que el miedo, la frustración y la indiferencia son las emociones que marcan el ambiente de estas elecciones. Aunque esto es democráticamente respetable, nos aleja de la construcción de una visión de futuro y nos lleva a responder a sentimientos primarios que nos dominan en el hoy, pero que nos aleja de una ruta que nos permita avanzar.
Para romper con esto se necesita ciudadanía, pues la construcción de un buen Estado no se hace sin ella: ciudadanía activa, deliberativa, crítica, pensante y propositiva, que blinde los procesos electorales, que más que reactiva demande de sus presentes o futuros gobernantes comportamientos éticos y acciones efectivas desde el quehacer público.
Lea: El poder oculto del deporte
Se necesita ciudadanía para romper la manguala de la corrupción, una que haga control público y ciudadano a los mandatos conferidos, que no guarde silencio y castigue a los corruptos, que evite que sean premiados cuando vuelven a ser opción.
Se necesita ciudadanía para rescatar el valor de lo público, avivar la conciencia colectiva e impulsar el papel de todos y todas en la construcción del Estado, en la definición de sus fines y en el acompañamiento a su gestión.
No podemos delegar lo indelegable, la responsabilidad de la política no es exclusiva de aquellos a quienes llamamos políticos. No existe una clase o sector social que puede apropiarse para sí el llamado a ejercer la política, le corresponde a la ciudadanía en su conjunto, obreros, campesinos, indígenas, afro, diversos sexuales, empresarios, mujeres, jóvenes, adultos, velar por el buen desempeño de lo que en últimas es de todas y todas. Lo público nos une y nos llama a protegerlo. Se necesita ciudadanía.