Como pensadora crítica, me encantan los retos de las familias que no tragan entero y cuestionan (con elementos del pensamiento) lo que hacemos en psicología. De alguna manera, comparto sus dudas, estamos en un mundo de pseudo-ciencia doloroso.
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Adicional, los adolescentes tienen esas dudas arraigadas en su nuevo sistema de pensamiento, y son quienes más nos confrontan; sin embargo, yo disfruto muchísimo ese baile del pensamiento. Me cuestiona, me mueve y me obliga a no dejar de pensar de manera crítica.
Esta es la historia de Violeta, contada por ella, sobre ese cuestionamiento que trajo a la consulta, y que transformó (como buena niña con capacidades excepcionales) en una idea amplia de lo que es la salud mental; desde lo más simple, como el hábito de darnos cuenta, y agradecer. En un chiste interno nuestro, le dije: “Quisiera escribir una columna que diga: si una adolescente de 16 años entendió tan bien el arte de hacer terapia, ¿tú, de 50 años, que llevas la vida al revés, qué estás esperando?”.
*Violeta escribió este artículo en inglés, está traducido, y fue la forma en la que se ganó una beca para un campamento de verano en la universidad de Yale.
El Arte de la Repetición:
El prefijo “pseudo”, que significa imitación, a menudo hace que la gente no tome en serio la pseudociencia de la psicología. Existe la idea errónea de que la psicología se basa en hechos inventados y no se puede confiar en ella para una mejora real. Yo, por mi parte, me había convencido de que esto debía ser cierto; porque si solo se necesitaba conversar, ¿por qué seguía estando triste?
Durante la pandemia, yo, como muchas otras, caí bajo el estrés del aislamiento y la soledad. Anhelaba el contacto con el mundo al que me sentía tan ajena, así que me volví resentida, incluso con las personas con las que compartía techo. Las conversaciones que se suponía que me mantendrían sana comenzaron a sentirse como una tarea, y así me quedé en silencio. El silencio me siguió como un hechizo hasta que mi madre notó que me aplastaba hasta convertirme en polvo. Fue entonces, cuando recomendó la conversación, una conversación con alguien que supiera de qué hablar.
El resentimiento me acompañó a la oficina de la psicóloga y se aferró a mí hasta que no tuve la voluntad de no hablar. El consejo que recibí se basaba en el silencio que no podía romper.
Este consejo sonaba insignificante y estúpido frente al peso que llevaba conmigo, pero lo seguí; quería demostrar que tenía razón acerca de esta orientación “pseudo”.
Abrí mi cuaderno todos los días, según sus instrucciones, y escribía tres cosas por las que estaba agradecida. Podían ser cosas infinitesimales que disfrutaba un poco; tal vez, que tenía mi clase favorita o que no perdí mi caucho para el cabello. Fuera lo que fuera, escribía.
Escribía sobre cómo agradecía haber dormido un poco más porque se canceló una clase, o cómo mis padres no eran tan malos como mi resentimiento los pintaba. Escribí hasta que ya no tuve que hacerlo, hasta que noté las pequeñas cosas de todas formas, hasta que me emocionaba algo y lo anotaba después, hasta que la vida dejó de sentirse tan pesada.
La vida abrumadora que pensé que tendría para siempre comenzó a desvanecerse. Los atardeceres eran un poco más brillantes y el tiempo en familia se volvió un poco más largo, y ahora podía notar en mi mente que así es como se suponía que debía ser la felicidad. Me enamoré de la vida una vez más, con mi psicóloga siendo mi aliada. Nunca dejaré de estar agradecida por su paciencia conmigo, incluso cuando la conversación llevó su tiempo.
Hacer un hábito de ser conscientemente agradecida me hizo ejercitar una parte de mi cerebro que consideraba perdido. Poder tener este agradecimiento “pseudo” que mi psicóloga recomendó me hizo realmente sentirlo y disfrutar de las pequeñas cosas nuevamente. Por eso, agradezco las conversaciones que tuve con todos durante el proceso: mi familia, amigos y terapeuta. Estas conversaciones me hicieron darme cuenta de que estaba equivocada acerca de la psicología; para mejorar, tienes que querer mejorar, y este viaje me dio la motivación que necesitaba para ser feliz.
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