Es muy difícil interpretar lo que ocurre en un sistema estando dentro de él. Por ejemplo saber el significado de la vida desde la vida misma. Por esto el hombre recurre a la fe.
Medellín va a una velocidad vertiginosa. No me refiero a lo que ostentosamente cuenta el alcalde de turno en reuniones, congresos, simposios, en fin, en los innumerables eventos internacionales inventados por el homo politicus para cada año justificar su acostumbrada vuelta al mundo. Me refiero a algo verdadero: junto con el resto de los seres humanos nos movemos a una velocidad inimaginable a través del espacio cósmico. Sin hacer parte de ninguna comitiva oficial, cada año los habitantes de Medellín le damos la vuelta al sol.
Aunque la velocidad de rotación de la Tierra en Medellín es de cerca de 1.700 kilómetros por hora y la de traslación de 108.000, nosotros no lo sentimos. Y es por el hecho de que estamos montados en la Tierra viajando en una trayectoria rectilínea a velocidad constante (para efectos prácticos). Y un sistema que se mueve de esa forma se comporta como un sistema en reposo, para quienes estamos ahí subidos.
Es muy difícil interpretar lo que ocurre en un sistema estando dentro de él. Saber por ejemplo el significado de la vida (si es que tiene alguno) desde la vida misma, no es algo alcanzable bajo nuestra pobre perspectiva. Por esto el hombre recurre a la fe. Pero creer no es sinónimo de saber.
Uno se despierta en la mañana y lo primero que hace es ponerse de nuevo la identidad que se ha construido. El ser biológico, que es el que dormía, cede el paso al individuo social.
Aquel ser, el que viene del sueño y que acaba de llegar al mundo de los despiertos, de manera natural y sin proponérselo regresa a ser el individuo que era ayer. Pero en el mundo de los dormidos todos somos y hemos sido iguales desde siempre; en ese mundo somos simplemente un ejemplar de la especie, no hay individuos.
Una vez despertamos, somos de un lugar y una época. Y de un entorno social. Al despertar adquirimos individualidad, somos personas. Lo cual significa situarnos en un complejo sistema que ha condicionado y condiciona nuestra forma de ser: lenguaje, valores, creencias, prejuicios, normas, en fín, todo lo que nos define y nos hace únicos.
¿Cómo ponernos por encima de ese sistema, cómo descifrar lo que subyace a nuestra forma de ser y de vivir? La lectura lenta y reflexiva de la buena literatura es la puerta de entrada a épocas y lugares distintos: ella nos abre un espacio para interpretarnos como individuos y como sociedad. Y nos puede llevar a ser más libres, menos manipulables. Uno no lee para saber más; uno lee para pensar mejor: lo dijo Estanislao Zuleta. Y para el disfrute del espíritu. Añadiría yo.