El primero de los saberes es reconocer las cegueras de nuestro conocimiento. Se trata de que nos preguntemos cómo es que conocemos. Debemos desconfiar de nuestras ideas y a la vez reconocerlas como necesarias, darnos cuenta de la forma en que nos engañamos, de cómo nuestras descripciones del mundo hablan tanto de nosotros mismos como de lo que describimos, y de que cualquier verdad es relativa a la experiencia, por lo tanto nadie tiene la verdad absoluta.
El segundo es establecer los principios de un conocimiento pertinente, que nos ubique en este mundo y en este tiempo y dé respuesta a las necesidades globales integrando las parciales. Un conocimiento que nos permita integrar la fragmentación ciega a la que nos han llevado la especialización y el reduccionismo científico. Debemos saber que las partes solo cobran un verdadero sentido cuando las ubicamos en el todo.
El tercero es enseñar la condición humana. Somos complejos: razón, emoción, impulso. Somos lógica y locura; partícula, pero también comunión y cosmos; carne y moléculas; experiencia y conciencia. Se trata de sentir primero lo sagrado del misterio inconmensurable de la existencia y a partir de ahí generar conocimientos siempre parciales que se acercan y alejan sin abarcarlo nunca.
El cuarto es enseñar la identidad terrenal, abolir la idea asesina de “nosotros o ellos” que genera guerras, destrucción de estadios, opresión, segregación y xenofobia, y defender radicalmente la idea de un nosotros y una ciudadanía planetaria. Porque ahora sí compartimos la inminencia de un desastre común, de un mundo que se calienta y deshiela para todos.
El quinto es enseñarnos a enfrentar las incertidumbres. La ciencia moderna nos ha enseñado a preferir la atención, la observación y las preguntas, antes que las verdades absolutas y la necesidad compulsiva de control. Debemos aprender a vivir sin certezas completas.
El sexto es enseñar la comprensión. La educación debería invertir más en enseñarnos a comprendernos que en enseñarnos a competir. Debemos aprender a reconocer en qué se basa nuestra incomprensión crónica, nuestra imposibilidad de vernos y escucharnos.
Y el séptimo es la ética del género humano. Se trata de abrirnos a la vivencia de nuestra libertad, basada en la sensibilidad a nuestra triple existencia como seres individuales, sociales y habitantes de un planeta. De ninguna manera seguir en los antiéticos e irresponsables moralismos que han gobernado nuestras vidas.
Agregaría a los anteriores saberes la compasión y la empatía, el erotismo profundo y una espiritualidad de vanguardia. Pero al menos ya estamos preguntándonos qué es lo importante.
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Saberes ineludibles
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