Mitos que encuentran espacio en todas las clases sociales y arraigo urbano, al contrario del carácter rural de las viejas leyendas
Por Carlos Arturo Fernández
Pero la verdad (como decimos a veces, “la verdad verdadera”), es que a lo largo de los dos últimos siglos muchos de los artistas más renovadores estuvieron obsesionados con lograr que sus obras llegaran eficazmente a todos los públicos que se acercaban a ellas, después de que en épocas anteriores se había producido un gran distanciamiento.
Ese fue el contexto en el cual, ya desde mediados del 19, los artistas dirigieron su atención a temas y personas corrientes, lejanas de los ámbitos mitológicos y aristocráticos tradicionales. Más tarde, desde la primera década del siglo 20, ese propósito se hace más firme y empiezan a aparecer objetos o elementos de la vida cotidiana que se integran a pinturas o esculturas o que, incluso, se convierten en las obras mismas. En los años 60, el Arte Pop norteamericano pondrá en primer plano los mitos de la cultura urbana y de la sociedad de consumo, creados y sostenidos por los medios masivos de comunicación. De esa manera, podía afirmarse que la producción artística estaba al alcance de todo el mundo.
Sin embargo, no era tampoco un asunto tan simple porque, como puede imaginarse, frente a ese tipo de ideas se planteó la afirmación de que se trataba de posturas capitalistas e imperialistas y que, por ejemplo, la situación de los países latinoamericanos no podía mirarse a la luz de la sociedad de consumo del primer mundo.
Pero, en lugar de cerrar la puerta por razones políticas a posibilidades creativas como las que se podían derivar del Arte Pop, muchos buscaron otras vías de interpretación. Y una de las más efectivas fue la desarrollada por Dora Ramírez (1923-2016).
En la colección del Museo de Antioquia se encuentra su obra Rodolfo Valentino, de 1973, una pintura al acrílico sobre tela, de 125 por 123 centímetros. Convendría agregar que no es un cuadro aislado sino que forma parte de un conjunto de “nuevos mitos”, con profundo arraigo popular.
En el medio regional antioqueño, que a lo largo de los anteriores cincuenta años había asistido al replanteamiento de los mitos y leyendas ancestrales, resultaba refrescante la afirmación de Dora Ramírez en el sentido de que la cultura moderna ofrecía nuevas mitologías, creadas y extendidas a través del cine, la radio, la televisión o las revistas. Son mitos que encuentran espacio en todas las clases sociales y que, al contrario del carácter rural de las viejas leyendas, tienen un verdadero arraigo urbano, algo que en el espíritu de Dora Ramírez estaba intensamente ligado con su pasión por el tango y por la literatura. En definitiva, se trata de mitos que sentimos más propios porque, de distintas maneras, son ya parte de nuestra cultura y de nuestra historia, como Carlos Gardel, Libertad Lamarque, Manuela Sáenz, Los Beatles, o este Rodolfo Valentino.
Pero, además de ser modernos, los nuevos mitos deben aparecer como tales si se quiere que lleguen a todas las personas. Y la manera escogida por Dora Ramírez es la de unas formas simples y claras, semejantes a las de un cartel publicitario, con colores vivos y contrastados como corresponde a la necesidad de llamar la atención en medio del ajetreo urbano. Pero con una belleza y dulzura que raya en el estereotipo de lo kitsch, como ha ocurrido siempre con los mitos a lo largo de la historia.
Bien podría afirmarse que el Rodolfo Valentino, de Dora Ramírez, es una obra intensamente contemporánea con su ternura y su facilidad decorativa que nos atrapa y nos permite entregarnos a los placeres del arte. Un arte que es, esencialmente, “para nosotros”.