La escultura de Ricardo Cárdenas se despliega en una peculiar relación con el dibujo y la pintura. No se trata solo de que, como es habitual en la práctica de muchos artistas, la realización de la obra esté antecedida por una serie más o menos amplia de bocetos a través de los cuales se posibilita la concreción de la idea. Pero el dibujo es teoría, abstracción en estado puro. A partir de allí, el pintor o el escultor lleva la obra al mundo de lo concreto, la realiza, es decir, la hace real. Los contrastes de tono del dibujo se convierten en colores que crean formas o figuras en la pintura; o en volúmenes o vacíos que podemos tocar en el trabajo escultórico.
Pero el uso del dibujo es más complejo en la obra de Ricardo Cárdenas. En primer lugar, porque no parte del presupuesto de que el dibujo sirve para reproducir las apariencias de lo que vemos, sino que, más bien, predomina en su mirada la formación de ingeniero que lo lleva a intentar descubrir las estructuras de lo real. Así ocurría antes en su serie de Manglares y de Nidos, y ocurre ahora cuando trabaja sobre columnas, bien sean naturales o artificiales. No se trata apenas de recrear una forma natural o artificial sino, más bien, de preguntarse cómo funciona, cómo se sostiene una gran estructura de tierra si todos sus componentes son deleznables.
Entonces, como aquellos artistas que acabamos de mencionar, sus trabajos nacen de un largo ejercicio del trazo, en muchos bocetos y apuntes, en los cuales, quizá de repente, se produce una especie de milagro que escapa a la comprensión de quienes no somos artistas: en un momento, el creador se da cuenta de que ya tiene la idea de su obra. Y se produce entonces la realidad de la escultura.
Pero allí aparece un segundo momento que hace especial la relación de la obra de Ricardo Cárdenas con el dibujo. Porque sus esculturas, y en especial la actual serie de Columnas, son, en definitiva, dibujos hechos con pequeños trozos de alambre o de láminas metálicas que se elevan en el espacio, gracias, efectivamente, a centenares de miles de minúsculos puntos de soldadura, tan sutiles como las fuerzas que soportan verticalmente las estructuras de la naturaleza. Esculturas que, en realidad, son dibujos en el aire y que, como busca siempre el arte, nos ponen a pensar sobre el mundo que nos rodea.
Pero también se genera una relación especial entre la pintura y la escultura de Ricardo Cárdenas, como en el grupo de trabajos titulados Pasto, de 2023. Quizá, en su mirada sobre las estructuras naturales y artificiales del mundo que nos rodea, hace un acercamiento extremo a pequeños detalles intrascendentes y fugaces, como, en este caso, las hierbas de los prados que, así miradas en primerísimo plano, revelan un medio de extraordinaria variedad y movimiento. Las sutiles láminas de aluminio pintadas, que vibran al paso de la mano o con los golpes de viento, recuerdan los juegos de luces sobre los prados que, en esta mínima dimensión, nos revelan las riquezas del paisaje. Y no un universo de sublime impacto sino, más bien, la invitación a entrar en una delicada poesía.
En definitiva, esculturas que, en realidad, son pinturas que ocupan el espacio y nos permiten descubrir la luz, las sombras y los matices, en un fragmento de paisaje donde, como escribiera el gran poeta Aurelio Arturo en su Morada del sur, “el verde es de todos los colores”, de un esplendor que no conoció ni siquiera Salomón, en toda su gloria.
Quizá estas pequeñas hierbas de aluminio pintado nos hablan de poesía. Y nos recuerda que, precisamente allí, se encuentra la esencia del arte.