Respirar para crear: el poder estratégico de la esperanza

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Hace poco tuve una conversación como tantas otras. De esas en las que uno empieza hablando de trabajo, del país, de lo difícil que está todo… y sin darse cuenta, está metido en un torbellino de frases como: “eso ya se intentó”, “nada funciona”, “no hay claridad”, “es que no me dan”. Y sin planearlo, ahí estamos: construyendo juntos una pequeña comunidad de desesperanza. Un colectivo de “no se puede”.

Lo curioso es que no lo hacemos por mal. Lo hacemos porque estamos cansados. vivir desde la defensa, desde la protección, desde la crítica constante, nos desgasta. Nos volvemos expertos en detectar lo que no sirve. En protegernos de todo. Pero, ¿a qué costo?

En ambientes así, la creatividad se apaga. Las ideas no germinan. Y lo más preocupante: confundimos esta actitud con inteligencia. Creemos que ser negativos es ser lúcidos. Que el que más se queja, más sabe. Pero hay algo más profundo: cuando solo vemos lo que falta, dejamos de ver lo que es posible.

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La esperanza no es esperar. Es actuar

No se trata de pensar que todo va a salir bien porque sí. Se trata de reconocer que puede salir bien si decidimos hacer algo al respecto. La esperanza no es ingenua, es una fuerza que nos pone en movimiento. Nos da dirección. Nos recuerda que sí podemos influir, construir, transformar.

Las personas que viven desde ahí en lo personal, en lo profesional tienden a pensar más amplio, a colaborar más, a sostener mejor los momentos difíciles. No porque todo esté resuelto, sino porque no se rinden frente al miedo o la incertidumbre.

¿Y si empezamos por casa?

Tal vez no puedes cambiar la economía hoy. Pero sí puedes cambiar el tono de tus conversaciones. El enfoque con el que llegas a una reunión. La forma en que miras una propuesta distinta. Puedes hacerte preguntas distintas: ¿qué sí está funcionando?, ¿qué depende de mí?, ¿qué podría intentar distinto hoy?

Volver a la esperanza no es negar la realidad. Es negarse a vivir atrapado en ella. Es recordar que el miedo cuida, pero también limita. Que la crítica sirve, pero también aísla. Que no se puede construir futuro desde el lugar donde todo parece perdido.

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Así que sí, hablemos de productividad, de ingresos, de crecimiento. Pero empecemos por lo más básico: respira, cambia el tono, y recuerda que la esperanza también se entrena. En medio del caos, liderar con esperanza puede ser el acto más estratégico de todos.

No es el país, ni el trabajo. Es que normalizamos el “es que si…”, y con eso justificamos quedarnos quietos. Y desde la quietud, nada cambia.

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