“Marca es perfume, reputación es olor”. Andrés Gómez.
Está simple pero genial la reflexión que, de cuando en vez, me recuerda mi amigo Andrés. Siempre me lleva a reflexionar sobre la intrincada relación entre cómo nos presentamos al mundo y cómo el mundo realmente nos percibe.
Nuestra marca, ese “perfume” que a veces elegimos con cuidado (y desafortunadamente muchas otras no), puede capturar la atención inicial de nuestras audiencias o comunidades de interés, pero es realmente la reputación ese “aroma” que dejamos a nuestro paso, lo que se arraiga en la memoria de las personas y donde se forman las verdaderas impresiones que dejamos.
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La reputación se construye con acciones, decisiones, incluso con nuestras fallas y cómo las enfrentamos. La reputación no se puede ejecutar en una reunión, ni ajustar con un nuevo “tweet”; fluye de manera orgánica a partir de la estela acumulada que van dejando nuestro comportamiento, nuestras acciones y decisiones. Así, en cada interacción, cada proyecto completado y cada promesa cumplida, nuestra reputación huele mejor (o peor), dejando una impresión duradera que define quiénes somos en la mente de los demás.
¿A qué queremos oler? El desafío está, entonces, en que la fragancia que dejamos sea un reflejo de los valores que queremos proyectar desde nuestra marca. ¿Queremos oler a confianza? ¿integridad? ¿Buen coequipero? ¿Liderazgo asertivo?
Me gusta pensar en el “olor” de los famosos. Tomemos un par de ejemplos: Luis Díaz (para la cuota local) y Elon Musk (para la internacional), a quienes sus reputaciones les han abierto innumerables puertas.
Para mí, Elon huele a una mezcla de capacidad extraordinaria para hacer que las cosas pasen, junto con toques de posturas políticas extremas y una terquedad que hasta ahora le ha jugado a su favor. Por el otro lado, Lucho me huele a humildad, disciplina, perseverancia y un tremendo talento para jugar al fútbol.
Más allá del a qué olemos, cualquier persona debería preguntarse para qué le sirve o para qué quiere tener olor. Pues como bien me comentó Andrés al leerle el borrador de esta columna, “un buen olor es como una cuenta de ahorro que permite luego solventar una crisis, lograr un negocio o ser aceptado en una comunidad. Porque no es oler por oler, es oler para algo”.
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Entonces, trabajar en nuestra reputación implica, fundamentalmente, alinear nuestras acciones, decisiones, y la manera en que enfrentamos nuestros errores con los valores que deseamos proyectar. La reputación, como un aroma, se forma y perdura a través de la constancia en nuestra conducta y las elecciones que hacemos, proyectando al mundo no solo lo que hacemos, sino cómo y por qué lo hacemos.
Por lo tanto, cultivar una reputación positiva requiere un compromiso a largo plazo con la integridad, la calidad, y la autenticidad, garantizando así que la “fragancia” que dejamos detrás sea tanto atractiva como fiel a lo que aspiramos ser. Para lo anterior es útil considerar no solo cómo queremos ser vistos, sino más importante aún, cómo queremos ser recordados. Mientras que nuestra marca puede abrirnos puertas, es nuestra reputación la que define las oportunidades que realmente se nos presentarán. Piensa en la marca que estás construyendo, pero más importante aún, reflexiona sobre la reputación que tus acciones están forjando. ¿Se alinean con cómo deseas ser percibido?
Al final, el aroma es el que genera recordación…
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