“Ejerzo el hermoso arte de la zapatería”

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Han pasado 27 años, y ahí está. La misma vitrina de reja roja, la estantería atiborrada de artículos de cuero, el local de tres por dos, con un letrero que ya tiene aire vintage: Remontadora de calzado Reyser. Adentro, William Esteban Arroyave, “ejerciendo el hermoso arte de la zapatería”.

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Arte, que no oficio, dice William con orgullo. “Se convirtió en arte cuando aprendí a querer y a apasionarme por lo que hago -confirma-. Lo volví arte cuando aprendí a embellecer, a rescatar y a restaurar lo que no es mío, pero sé que es importante para las personas”.

“HAY GENTE QUE PUEDE COMPRAR TODOS LOS ZAPATOS QUE QUIERA, PERO NO PUEDE DARSE EL LUJO DE ESTRENAR”.

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Mientras cuenta su historia, las dos asistentes y los tres operarios de la remontadora no dejan de atender clientes. Al local estrecho, con olor a cuero y a pegante, llegan permanentemente los zapatos que esperan una nueva vida. “Acá vienen las señoras y los señores de El Poblado, y viene tanto el político, como el de la farándula… gente que uno no cree que mande a arreglar zapatos. Es que muchas veces no es cuestión de precio: me he dado cuenta de que hay gente que puede comprar todos los zapatos que quiera, pero no puede darse el lujo de estrenar”. William ya sabe que cada persona tiene “sus callitos, sus espolones, sus juanitas”, y que el calzado “coge la hormita” del pie.

En casi tres décadas, William ha visto nacer y morir muchos negocios en la calle 8 con la carrera 42, pero él sigue ahí, impasible; quizás porque, en el pasado, recibió todas las bendiciones de las monjitas del antiguo colegio Palermo San José. Pocos hombres habrán sobrepasado intactos el pabellón de clausura, hasta llegar, como él, a la “semiclínica de las monjas en buen retiro”, en la parte de atrás de la institución. “Yo era la persona que les tomaba las medidas y les hacía sus sandalias franciscanas… y ellas me mandaban misas”.

Con solo el bachillerato cursado, William Arroyave se precia de “saber un montón de cositas”. Habla con soltura de su arte -que la soladura, que la guarnecida, que el diseño-, y reconoce con sus dedos materiales, fechas, usos. “Yo sé que estoy haciendo una labor importante para la comunidad. Hoy en día hay muchas cosas que no son reciclables, y sé que esos 300 artículos que reparamos cada semana podrían ir a la basura. Pero acá se renuevan, se restauran, y les damos muchos años más de vida útil”.

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Ahora su sueño es estudiar, “para validar todo el conocimiento que tengo con algún título”. Lo que aprendió se lo debe a Yarce Ochoa Martínez, “una persona que confió en mí, en el momento que más lo necesitaba”. William tenía 15 años, y Yarce, que estudiaba en el Sena (“él estaba bien argumentado”), le iba transmitiendo todo lo que aprendía en sus clases.

"Ejerzo el hermoso arte de la zapatería"

Con 49 años, padre de un niño de 6 y otro por nacer, siente que tiene en sus manos la responsabilidad de mantener un oficio -un arte- que está casi perdido. Mientras tanto, saca ratos para la lectura, un hábito que adquirió desde que validó el bachillerato en el nocturno de la Universidad de Antioquia. Por eso conoce y ama el famoso poema que Luis Carlos López le dedicó a su ciudad nativa: “…bien puedes inspirar ese cariño que uno le tiene a sus zapatos viejos”.

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