El Amazonas es la selva húmeda tropical más extensa del mundo, alberga unas 7.000 especies de animales, es reguladora del clima y absorbe unas 600 millones de toneladas de dióxido de carbono al año.
Amazonas. Mujeres guerreras de la mitología griega que, según parece, vivían en tierras de la actual Ucrania. Aunque ellas nunca lo supieron, y aunque vivían un poquitico lejos de lo que hoy es el norte de Suramérica, estas guerreras fueron la fuente de inspiración para Francisco de Orellana, conquistador español, quien en 1541 nombró y navegó el río más largo y caudaloso del planeta: el Amazonas.
Hace unos días tuve la fortuna de navegar por las aguas de este magnífico y hermoso coloso que, desde su nacimiento en Perú, hasta su desembocadura en el océano Atlántico, en Brasil, recorre casi 6.993 kilómetros. Durante el viaje aprendí que en Perú se llama río Marañón y que en Brasil se llama río Solimões (solo desde la frontera con Colombia hasta Manaos), que en su parte más ancha mide 11 kilómetros en verano y que en invierno hay zonas donde mide más de 40 kilómetros.
También pude ver, de primera mano, cómo este río es la “madre” y el eje central de las comunidades humanas que viven a su alrededor. Todas, independientemente de si se encuentran en el lado colombiano, en el peruano o en el brasilero, dependen del buen estado de sus aguas, de sus selvas y de sus afluentes para vivir. Por ejemplo, muchísimas familias de la región viven de la pesca de bagre (hay diversos tipos) y de pirarucú (solo cuando no hay veda), los cuales son vendidos a diario en los mercados de Leticia (Colombia) o Tabatinga (Brasil). Además, en las tierras bajas que el río deja destapadas durante el verano también cultivan maíz, arroz, caña, sandía, lulo y, cómo no, yuca “buena” y yuca “brava”. Por otro lado, en las comunidades indígenas se fabrican artesanías con maderas y semillas que se extraen de la selva y frutas “raras”, como las uvas camaronas, el arazá y el copoazú. Y qué no decir de la importancia ecológica de los ecosistemas de la zona para el turismo, otra fuente relevante de ingresos.
Todo esto me hizo pensar acerca de la importancia del Amazonas, que no solo es el río, sino también toda su cuenca (que abarca alrededor de 7.5 millones de kilómetros cuadrados) y toda el área de selva tropical asociada a sus aguas, la cual cubre alrededor de 5.5 millones de kilómetros cuadrados, siendo la selva húmeda tropical más extensa del mundo (cubre casi un 40% de la extensión de Suramérica). Alberga 14.003 especies de plantas, unas 7.000 de animales y, por si fuera poco, es uno de los principales reguladores del clima mundial (su influencia en el regional es obvia), ya que actúa como una bomba gigante de agua: produce alrededor del 20% del oxígeno del planeta y absorbe unas 600 millones de toneladas de dióxido de carbono al año (asunto importante, debido a nuestro viciecito de quemar petróleo y mandar sus gases a la atmósfera).
Es evidente que de la selva amazónica dependemos todos. Desafortunadamente, hoy está en peligro y, debido a la deforestación, se ha perdido el 17% de su extensión. Además, el estudio científico que determinó esta cifra dice que, si alcanzamos el 20%, el Amazonas llegará a un punto de no retorno y en pocos años la mayoría de su superficie se convertiría en sabanas (tipo los Llanos orientales). Sé que varios de los países que tienen selva amazónica en su territorio, entre ellos Colombia, están haciendo esfuerzos por su conservación. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme sobre qué podría hacer cada uno de nosotros, así estemos en Medellín, para evitar su deterioro. ¿Se les ocurre alguna idea, apreciados lectores?
Rosana Arizmendi Mejía es MSc. en Ciencias del Mar y PhD en Ecología. En Vivir en El Poblado escribe sobre temas relacionados con la naturaleza y la biodiversidad.