¿Por qué nos da tanto miedo lo “diferente”? En la diversidad nos identificamos como especie y nos reconocemos como personas. Creemos sociedades donde cada uno pueda expresar lo mejor de sí mismo.
Hace poco estuve conversando con un colega sobre cómo ‘aprenden’ los ecosistemas y, en la conversa, hablamos mucho sobre un asunto que cada vez me apasiona más: la diversidad.
Desde la perspectiva de la ecología y la biología, podemos hablar de varios tipos de diversidad: la genética, que hace referencia a la variedad de genes de una especie; la biológica, que se refiere al número de especies que existen en un ecosistema o en el planeta (o sea: biodiversidad); la funcional, que está relacionada con la función que cumplen las especies en el sistema que habitan… Cualquiera sea el contexto, en la naturaleza la diversidad siempre es equivalente a variedad. Y lo mismo pasa en los sistemas humanos: cuando hablamos de diversidad, estamos hablando de variedad de razas, de culturas, de identidades de género, de orientaciones sexuales, de creencias religiosas o espirituales, de posiciones políticas, hasta completar una larga lista.
En ambos casos -en los sistemas naturales y humanos- sucede algo que, desde mi punto de vista, es fantástico. Y me refiero a la ausencia de blancos y negros, de elementos discretos, separados. Tanto en los ecosistemas, como en las sociedades humanas, podemos evidenciar la existencia de continuos, compuestos por una miríada de matices que demuestran la falta de elementos binarios, de los cuales somos tan aficionados los Homo sapiens.
En la naturaleza, por ejemplo, ¿cuántas formas de hojas podemos encontrar en las plantas de un solo jardín? ¿Cuántos colores observamos en el mundo de los insectos? ¿Cuántos tipos de verdes podemos ver en una caminata por el bosque? No son dos, ni tres, ni cuatro. Son, posiblemente, miles. Y en los seres humanos ocurre lo mismo: hay millones de puntos de vista, millones de gustos, millones de creencias. Somos tan diversos como las combinaciones y posibilidades que se pueden dar entre 7.700 millones de personas que habitamos el planeta. ¿Acaso esta variedad significa que no somos de la misma especie que siente, que piensa, que sueña, que imagina?
¡Todos somos parte de un mismo continuo! ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en vernos separados de todo(s) lo(s) que nos rodea(n)? ¿Por qué nos da tanto miedo lo “diferente”? En la diversidad nos identificamos como especie; en la diversidad nos reconocemos como personas. Creemos sociedades donde cada uno pueda expresar lo mejor de sí mismo; solo así podremos adaptarnos al cambio, superar las dificultades y florecer. Solo así podremos tener éxito como especie y como civilización.
No por nada se dice que “en la variedad está el placer”. Y yo añado: y la resiliencia.