Reducir la decisión de la paternidad a un criterio ambiental es absurdo

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Señor Director,

“La forma de responder a los que hablan de sobrepoblación es preguntarles si ellos son parte de la población sobrante, y si no, cómo saben que no lo son”.

-G.K. Chesterton

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En su edición del 28 de noviembre al 4 de diciembre fue publicada una columna titulada Tener o no tener (hijos): esa es la cuestión, por Maria Claudia Mejía Gil. Luego de leerla, no puedo sino expresar mi profundo desacuerdo y preocupación al encontrar que Vivir en El Poblado haya publicado un artículo que atenta peligrosamente contra la dignidad humana y la decisión de vida de muchos de sus lectores.

Tengo 20 años y soy el mayor de tres hermanos. Aunque no me atrevería a llamarme así, soy parte de ese grupo de familias que la autora considera numerosas (que es solo superada por el “y hasta más”, como si tres fuera un escándalo). Creo, con convicción, que ninguno de los miembros de mi familia sobra. Y me parece ofensivo, o al menos irresponsable, comparar la decisión de ser padres a la de un hábito de consumo. Lo dejo claro desde este punto: tener un hijo no es como consumir un bien, y un hijo es evidentemente más importante y más digno que un auto, un bolso, una mascota o un viaje.

El problema yace desde el título: Tener o no tener (hijos). El paréntesis evidencia que para la autora los hijos no son más que una posesión cualquiera, y que podría ser otra. Un capricho. Un hábito de consumo negativo para el planeta. En otras palabras: el diesel, los pitillos de plástico y los hijos son las tres grandes amenazas para el bienestar de la Tierra.

Muchos creemos que la paternidad es el culmen de la vocación humana. Que la felicidad verdadera se alcanza amando y criando a nuestros hijos. Reducir, por tanto, esa decisión a un criterio ambiental es absurdo. Es muy cómodo, desde la seguridad y felicidad que da ya tener un hijo, sugerir a los demás que no los tengan. O criticar —porque así lo hace— a quienes, como mis papás, decidieron no limitar su cariño y tuvieron los hijos que pudieron tener.

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Es además, una posición hinchada de privilegio. La forma en la que se refiere a quienes, a diferencia de los lectores de Vivir en El Poblado, no tienen tantos recursos económicos es condescendiente. Pareciera que la autora, en vez de querer acabar con la pobreza y sus verdaderas causas prefiriera acabar con los pobres, como si sobraran. Insinuar que los necesitados no se reproduzcan es una posición más digna del Imperio Británico en África o de la Alemania nazi que de la Medellín de 2019.

Me gustaría que la doctora Mejía me dijera quién de mis hermanos sobra. O si tal vez el que sobra soy yo. Que mirara a los ojos a mi mamá o a cualquier otra, de las tantas que tienen “tres, o hasta más hijos” y le señalara sus hijos en exceso. O más bien, que se preocupara por las verdaderas decisiones de consumo que afectan al planeta y distan mucho de la opción de tener o no más hijos. Una antropóloga abogando por menos seres humanos no deja de ser bastante irónica.

Por Juan José Jiménez Lema

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