Ramón Paniagua
En el bus que lo lleva de regreso a Medellín Ramón va oyendo porros. Otros músicos lo acompañan pero es como si estuviera solo. Lleva los audífonos puestos y en ellos retumban las decenas de canciones tropicales que tanto le gustan y que colecciona en tres reproductores de música. En el bus también viaja la trompeta, esa amiga suya y de sus labios. Los labios, gruesos y oscuros, están marcados por una cicatriz que a primera vista acusa a la trompeta de maltrato o a Ramón de mala técnica, pero en realidad es el resultado de una despelucada juvenil en bicicleta. Las trompetas, las amigas de metal, lo han acompañado desde que tiene memoria. Por las ventanas del bus pasa rápido el paisaje, y así, como el paisaje, ha pasado su vida: alegre, furiosa y colorida. En otra época Ramón no tendría puestos los audífonos, estaría sumergido entre risas, cantos y festejos con los otros músicos. Lo que pasa es que pasados los cincuentaytantos años solo quiere llegar a casa, encontrarse con su esposa, la segunda, y disfrutar con ella una vida tranquila. Ni la fiesta ni el trago ni el baile ni las mujeres lo desvían ya del camino a casa. El bus lo deja en el Teatro Metropolitano. Allí ha tenido, desde hace algunos años, una cita casi a diario con la música.
Los encuentros con la música empezaron cuando Ramón tenía siete años. El primer llamado se lo hizo a través de su padre, un hombre orquesta que sobre otros instrumentos dominaba el clarinete. Le enseñó a Ramón lo básico: qué era el solfeo, qué era un pentagrama y luego, al ver que Ramón prefería siempre uno de los pocos instrumentos que él no dominaba, lo envió a vivir y estudiar donde su tío, trompetista de la banda de la Universidad de Antioquia.
La sangre que lleva Ramón de los Paniagua es pura música. Tanto su padre como su madre, que eran primos, pertenecían a las familias que integraban las famosas bandas Paniagua. Cuenta Ramón, como si fuera una contradicción, que a pesar de ser joven era muy disciplinado y se pasaba las horas después del colegio practicando la trompeta. El resultado fue poder entrar a los 15 años, por concurso, a la banda de la Universidad de Antioquia como supernumerario y seguir concursando hasta convertirse en solista. En el 76 concursó para entrar a la Orquesta Sinfónica de Antioquia (Osda), y así, trabajando para ambas, se fueron sus primeros 24 años de carrera vinculado a la universidad.
Años atrás Julio Ernesto Estrada, “Fruko”, le había “echado el ojo” al joven trompetista. Lo vio tocar en las retretas dominicales y le propuso irse de gira mundial con él y sus Tesos a tocar salsa. La propuesta fue recurrente durante esos 24 años pero a Ramón primero no lo dejó ir su papá, temeroso de que el joven no terminara siendo un músico académico y se enredara en la rumba. Luego no se lo permitieron ni la cantidad de trabajo ni sus jefes, pero las ganas de irse con Fruko no le faltaron. Dos meses después de haberse retirado de la Universidad, a pesar del pánico que siente sentado en un avión, Ramón era uno de los Tesos de gira por Australia y empezaba a recorrer el mundo. Fruko le pagaba muy bien, pero seis años de giras y parrandas le pasaron la cuenta de cobro y el cansancio pudo más. Estando en Medellín unos días, el Tropicombo le ofreció un puesto. Ya no tendría que subirse a un avión ni estar lejos de su casa, así que aceptó. A la lista de grupos le fue sumando el Combo Qué Nota, Los Tupamaros, el Grupo Galé, la Orquesta Dinamita y otro tanto.
La música tropical fue su fuente de ingresos durante muchos años hasta que en 2006 recibió una llamada de la Orquesta Filarmónica de Medellín. Lo querían como trompetista y coordinador de vientos. Ramón ya conocía bien al maestro Alberto Correa desde que la Osda era la que acompañaba al Estudio Polifónico en la presentación de El Mesías cada año.
Hoy sigue allí con la Filarmed. Ramón dice que le toca estudiar mucho, el repertorio clásico no es cosa sencilla. También dice, aumentando el ritmo al que ha movido las rodillas durante toda la conversación, que con la orquesta terminará sus días como músico profesional. Espera su jubilación para dentro de unos tres años, y a partir de ese momento se dedicará a su grupo: Ramón Panigua y su Combo Azul. Con él piensa llevar esos porros que tanto disfruta a los hogares de la tercera edad. También piensa sacarle un ratico a la pintura y seguir haciendo arreglos musicales por encargo.
Cuando el bus lo deja en el Teatro Metropolitano toma su carro y se dirige a su casa en San Javier. Lo esperan su esposa y las tareas del Combo Azul. Este combo ahora tiene de cantante un hermosa mujer morena; la hija de Ramón, otra Panigua atrapada por la música.