¿Quién vive sobre La Moná?

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En el nuevo POT ¿cuál será el papel de las quebradas en la vida de los barrios? La comuna 14, con 72 quebradas, es la más rica en fuentes hídricas
Al centro, el ingreso a la casa de Gildardo Quintero, en La Chacona
A la derecha, el muro de la discordia.
Bajo las tablas pasa La Moná


Gildardo Quintero en su casa sobre la quebrada La Moná

La ropa tendida en una cuerda, la pintura de un señor tocando una guitarra, una casita de madera que visitan los pájaros, una baldosa de vidrio sobre un muro, un revoltijo de cosas que no se alcanzan a distinguir desde lejos y un arrume de residuos de construcción y enseres viejos fue lo primero que vimos desde la parte trasera de una casa de ladrillo y cemento que se levanta a orillas de la quebrada La Moná (La Moná Sanín, nombre original) en el barrio La Chacona en El Poblado. La casa que nos llamó la atención está sobre la quebrada. ¿Y quién vivirá en ella? ¿No le dará miedo que en cualquier momento esta se enfurezca y se desborde?

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Tras una visita al barrio, supimos que la ropa, la pintura, la casita de madera, el ladrillo, el revoltijo, el arrume, son de Gildardo Quintero. Pero entrar en su casa por la loma de La Chacona (calle 9 A con la Transversal Superior), es más curioso aún. Se cruza un pasadizo algo oscuro que, como un laberinto, lleva al fin a lo que es la entrada y la salida. Una vez adentro, se ve lo que no se alcanza a ver desde atrás: una pequeña sala, una habitación a la izquierda, un cuartito a la derecha, una cocina con todo tipo de implementos y cucharones colgando, una mesita, un jarrón con flores secas amarillas, bolsas de cemento debajo del poyo. Al fondo, ¡las tablas!, las que continúan el piso y cruzan la quebrada y llegan hasta el muro vecino. Del muro cuelgan cuadros con hombres campesinos y contra este mismo, en una repisa, sobresalen un casco amarillo y tarros de pintura. Quizá los que Gildardo usó en las paredes. Las dos paredes que brillan, las baldosas, los acabados, las escalas, son sus ensayos. Alrededor, desde donde se observa la quebrada bajar lenta y sonora, hay otros muebles, más tarros de pintura, trozos de madera, más cuadros… En medio del muro, la entrada al arrume.

Gildardo creció en La Chacona con su madre y su abuela, allá arriba, en el último terreno del barrio. A los 16 años comenzó a construir el primer piso de su propia casa (en el terreno 208). Luego el segundo, en donde vive a sus 48 años. Se pasó porque abajo era muy frío. Las tablas, por las que le dicen que está encima de la quebrada, las puso hace cuatro años. “Lo hice porque tengo que tener ese muro”, dice señalándolo. “Mire cómo está de dilatado, donde me quiten este entablado, se me viene encima y le digo que me daña hasta el baño”. El no quiere que le pase lo de Osquítar, el vecino de más arriba, en donde el muro se desmoronó. Actualmente lo sostiene con palos de madera y metal. “¡Si usted oyera el estruendo cuando eso se cayó! Eso porque estuvo de buenas, pero ese muro golpea esa casa y esa casa se parte”, comenta Gildardo.

En una publicación reciente (edición 587), Vivir en El Poblado reportó una denuncia de los habitantes de Fuente Labrada del Campo, la unidad residencial donde se levanta el muro inestable: “Aprovechan para ampliar sus casas sin respetar el retiro de la quebrada (…). Ellos (los residentes de La Chacona) han venido corriendo la quebrada para acá, pues se apropian del suelo y la quebrada no tiene por donde fluir”, expresó en esa oportunidad el administrador de Fuente Labrada, Luis Gonzalo Parra, y aseguró que por esa razón el muro de contención perdió estabilidad.

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“Mire donde están los tacos. Uno les tiene que cuñar este muro que hicieron sin fundación”, responde Gildardo frente a la queja del vecino. “Que le hagan bases a esto acá para que no haya ningún peligro. Aquí una señora tiende la ropa, otra se mantiene barriendo, un pelado pesca…”. En su defensa, asegura que la quebrada siempre ha pasado por el mismo lugar y que anteriormente no les pedían los retiros: “Todo el barrio está pegado a la quebrada La Moná, todas las casas están iguales a la mía… La de Marisol, la de Viviana, la de José, la de Virgelina. Y es que esta quebrada tampoco se ha crecido así como que fuera un río”, dice, aunque sabe que a La Moná se le podrían unir otros cauces y crecer. “Se borra este barrio, le cuento”. Así como piensa que se tendrían que ir todos sus habitantes si se les exige el retiro que establece la norma (POT 2006). Eso sí le causa algo de angustia. Es que el barrio está en medio de las quebradas La Presidenta, La Chacona y La Moná. –¿Y los escombros que tiene ahí, los piensa recoger? –“Claro, si se necesita, cuando me digan”, responde. –¿Quién?–. –“El que manda”, aduce.

En esos escombros Gildardo tiene restos de construcción. “Lo que yo hago son marañas”. Así llama a los arreglos que no tardan más de una o dos semanas. Es constructor, “con certificado en obra negra y blanca”, como se lee en su tarjeta de presentación. Trabaja sobre todo en casas y de manera independiente. Cuando tiene trabajo, madruga a eso de las 5 am. A veces le toca, pico, barra y pala. “Es duro… Eso es tin, tin, vaya y venga y queda uno mamado”. Y muestra las manos… “¡Tres días y ni una ampolla! Yo mismo me aterro”. A algunos de los cuadros de la casa también les metió la mano. Le enseñó Samuel, un amigo al que le alquiló el primer piso tiempo atrás. Hizo un “bodegoncito” y reconoce haberle dañado las manos a unas egipcias que están en la pared de su habitación. “Pero no, yo no soy pintor, o sí, pero de casas”, dice sonriendo.

A propósito de las quebradas
Así como Gildardo, varios habitantes de La Chacona y otros barrios de El Poblado han crecido alrededor de quebradas (Lalinde, La Poblada; La Aguacatala, La Volcana; Astorga, La Presidenta, etc.). La comuna 14 tiene la máxima longitud de quebradas de Medellín, 28.13 kilómetros de cauce natural, 7.17 en canal y 19.41 encubiertas. Según el último informe del Dagrd, son 72 quebradas en total. De ahí la importancia que se les está dando a estos afluentes dentro de la discusión del nuevo Plan de Ordenamiento Territorial. “Le estamos proponiendo al POT que miremos las quebradas como un elemento clave para orientar las dinámicas de crecimiento y transformación de la ciudad. Que se protejan e integren a otros espacios públicos para recuperar las condiciones hidráulicas y de los barrios. Hablar de quebradas es llegar a la cotidianidad de la gente. Es muy factible que un plan de quebradas logre comprometer a la comunidad, porque le afecta su calidad de vida”, expresa Zoraida Gaviria, directora de la especialización en Gestión y Procesos Urbanos de la EIA. Ante un caso como el de La Chacona argumenta que los proyectos y las normas deben establecerse de acuerdo con las características de cada sector. “El POT no es simplemente una herramienta de norma, la norma sola sería expulsora, que es el miedo que se genera en una comunidad. Por eso un problema como el de La Chacona no se soluciona con normas, sino con un proyecto integral de rehabilitación, que no solo los saca del riesgo, sino que les da una solución”.

Acerca de la “cultura depredadora” sobre las quebradas y las laderas en Medellín agrega: “A lo que sí le pondría un control contundente es a la forma como el sector formal e inmobiliario altera los cauces de las quebradas, las cubre, las hace desaparecer… me impresiona terriblemente”.

Según Jorge Blandón, líder comunitario, director de la Corporación Nuestra Gente, es necesario comprender la naturaleza desde una dimensión cultural que obedece a la relación viva con las comunidades. “Cuando se habla de que alguien vive sobre una quebrada, podríamos decir que en Medellín miles de carros viven sobre las quebradas (…). Tenemos que ser capaces de desarrollar una propuesta en que la gente sea escuchada y compartir de una manera simple esas visiones técnicas y complejas”.

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