¿Qué puede aprender Santa Elena de Campos do Jordão en Brasil?

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Así como a Borges se le hacía cuento que Buenos Aires hubiera tenido un comienzo, a mí se me hace cuento que comenzó Santa Elena. Oficialmente declarada corregimiento de Medellín en 1987, su historia se remonta a tiempos prehispánicos, cuando los indígenas Tahamí habitaban estas montañas para extraer sal y oro, actividades muy distintas a los cultivos de flores que hoy dominan parte del territorio y nuestro imaginario sobre el mismo; y construían caminos que por su anchura y sofisticación sorprendieron a los españoles. Prueba de la capacidad y organización de sus primeros ocupantes.

Actualmente, Santa Elena alberga cerca de 22.000 habitantes y basa su economía en la agricultura, el turismo y el comercio. Con una extensión de 68,2 km² organizada en 11 veredas, sus bosques prestan valiosos servicios ecosistémicos a Medellín y al Valle de Aburrá: regulan el clima, dan nacimiento a fuentes de agua y recargan acuíferos, controlan la erosión, conservan la biodiversidad y sostienen la producción agropecuaria. Son, además, un espacio de recreación, cultura y conexión con la naturaleza. Su clima frío, sus flores, sus tradiciones y la majestuosidad de su bosque la convierten en un orgullo para Medellín. La cultura silletera y su desfile, reconocidos como patrimonio inmaterial de la nación y de la humanidad, fortalecen este atractivo. Aunque no hay cifras precisas de visitantes, solo el Parque Arví recibió en 2023 más de 112.000 personas —100.000 nacionales y 12.000 extranjeras—, lo que confirma el potencial turístico del corregimiento, especialmente durante la Feria de Flores.

A más de 4.000 kilómetros, en la Serra da Mantiqueira de Brasil, Campos do Jordão —la llamada “Suiza brasileña”— es un municipio de unos 48.000 habitantes que logró posicionarse como uno de los principales destinos turísticos de invierno del país. Nació como lugar de descanso de familias adineradas de São Paulo y como centro para el tratamiento de enfermedades respiratorias, especialmente tuberculosis, gracias a su clima saludable. En 1914, la llegada del ferrocarril facilitó el acceso; en los años 60, con el avance de la medicina y la reducción de la amenaza de la tuberculosis, reorientó su vocación hacia el turismo. La inauguración del Palácio Boa Vista (1964) y del Festival de Inverno (1970) consolidaron su reputación como destino de alto nivel, complementada por sus bosques, reservas naturales, gastronomía y arquitectura europea.

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Hoy Campos do Jordão goza de una infraestructura turística y urbana altamente cualificada, capaz de ofrecer experiencias variadas y de calidad. Su clima, calificado como el mejor del mundo en el Congreso de Climatología de París (1957) y su chocolate de alta calidad, sumados a su cultura y hospitalidad, atrae a visitantes de Brasil y del extranjero. Sin embargo, a pesar del potencial económico de la región, no está exenta de problemas: congestión, presión sobre el medio ambiente, alteración del estilo de vida local y gentrificación, con precios de vivienda comparables a los de las zonas más exclusivas de São Paulo —una de las ciudades más costosas del mundo—.

Santa Elena podría aprender de este modelo, adaptándolo a su realidad, buscando aprovechar todas sus potencialidades y mitigando los impactos negativos. El pasado 26 de julio, durante el tradicional Festival de Sancochos, el corregimiento vivió un caos crónicamente anunciado: miles de personas llegaron al parque central, en dónde el espacio resultó insuficiente; la movilidad colapsó y la presencia masiva de vendedores informales desbordó la capacidad de organización. Estos hechos evidencian que el turismo, sin planeación, puede deteriorar la experiencia tanto de visitantes como de residentes, y en lugar de sumar positivamente, contribuir a disminuir el interés por conocer y disfrutar el territorio.

Santa Elena es mística, poesía, naturaleza y tradición. ¿También podría ser un destino turístico de alto nivel sin sacrificar la oferta de base comunitaria que se ha gestado y consolidado en la región? Lo primero que hay que decir es que en Santa Elena hay serios desafíos en la planificación y control territorial, que se traducen en un crecimiento urbanístico a gran velocidad y desordenado, y en una importante presión sobre sus recursos naturales, especialmente el agua.

Las oportunidades están ahí: podemos estudiar y promover el desarrollo de un turismo de montaña con alto valor agregado, centrado en la sostenibilidad y la experiencia sensorial; definir un estilo arquitectónico que refleje una marca territorial y construir equipamientos urbanos que armonicen con la naturaleza y resalten aún más la cultura silletera en la centralidad de Santa Elena; impulsar la economía creativa y cultural; fortalecer la gastronomía con identidad local desarrollando incluso denominaciones de origen. Pensar en este corregimiento como un destino turístico cualificado, planificado con visión de largo plazo y criterios de equidad social, puede generar un desarrollo económico sostenible que beneficie a toda su comunidad.

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Sumado a lo anterior, la falta de capacidades de gestión en los corregimientos y la triste invisibilidad de la Medellín rural —Tenemos 5 corregimientos que aportan mucho y que poco conocemos— pueden ser una señal de que es necesario otorgarles mayor autonomía administrativa y presupuesto, y apoyar la definición de estrategias sostenibles que garanticen la protección de los servicios ecosistémicos que brindan a la ciudad.

Finalmente, la reciente decisión de entregar la operación de los cerros tutelares de Medellín —incluido el Pueblito Paisa, un atractivo turístico que durante años fue el gran referente y cuya oferta y atractivo ha ido mermando con los años. — a Parque Arví podría ser el primer paso hacia el fortalecimiento de las capacidades de gestión que Santa Elena necesita. Pensar en este corregimiento como un destino turístico de primer nivel, con un plan de desarrollo a largo plazo, requiere de capacidades institucionales que puedan agenciar recursos y establecer proyectos ambiciosos que perduren en el tiempo. Santa Elena es una joya de Medellín que, bien cuidada, puede brillar aún más para todos.

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