Emprender en Colombia —y en buena parte de América Latina— es un acto de convicción. Aquí no basta con una buena idea ni con tener pasión. Aquí, muchas veces, hay que luchar primero para que te escuchen, después para que te crean, y solo entonces para que te apoyen.
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Hemos avanzado. Hoy tenemos más fondos de inversión, programas de aceleración, espacios de coworking, leyes que reconocen el valor de las startups y un ecosistema que empieza a sonar fuerte. Pero, también tenemos un sistema que sigue siendo desigual, fragmentado y, en muchos casos, excluyente.
Porque lo que realmente necesita un emprendedor en Colombia para no rendirse no siempre es capital. A veces es red. A veces es voz. A veces es una regulación que no lo ahogue antes de despegar.
Muchos emprendedores enfrentan barreras invisibles: procesos lentos, normas que no entienden su modelo de negocio, ventanillas cerradas a la innovación. Otros no tienen acceso a los círculos de confianza en los que se toman las decisiones, en los que se abren las oportunidades, en los que fluyen las conexiones que marcan la diferencia. Y otros, simplemente, cargan con una narrativa que les dice que emprender es para unos pocos, no para ellos.
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Necesitamos cambiar eso.
Necesitamos que desde lo público y lo privado dejemos de hablar de “ambiente emprendedor” y empecemos a construir condiciones reales: menos trámites, más acompañamiento; menos informalidad en el discurso y más apuestas sostenibles en la práctica.
También necesitamos que la regulación deje de ver a las startups como una anomalía. Que entienda que los modelos nuevos requieren reglas nuevas. No puede ser que mientras los problemas cambian todos los días, las soluciones sigan atrapadas en marcos del siglo pasado.
Y, sobre todo, necesitamos una cultura que no castigue el fracaso, que entienda que cerrar una empresa no es una vergüenza, sino parte del camino. Que crear una startup no debe ser un acto heroico, sino una posibilidad legítima de construir futuro, de generar empleo, de resolver problemas reales.
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Porque el talento está. Lo que falta muchas veces es confianza. Es acceso. Es un entorno que abrace la innovación en vez de ponerle límites. Un país que impulse a quien crea, no que lo haga dudar.
En Colombia hay emprendedores resolviendo problemas urgentes, creando empleo, apostándole a la tecnología, aún en medio de la incertidumbre. Lo mínimo que deberíamos darles es la certeza de que no están solos.
Y si queremos un país con más empresas que transforman, necesitamos menos barreras… y muchos más puentes.