Hay conceptos que se transforman en verdades universales dentro del mundo empresarial. Una de ellas es la famosa frase atribuida a Peter Drucker:
“La cultura se come al desayuno a la estrategia”.
Esta afirmación ha sido interpretada de múltiples formas, algunas con una visión absolutista y otras con un enfoque más integrador. Pero, ¿qué significa realmente? ¿Y qué pueden hacer las empresas cuando su estrategia parece chocar contra la cultura organizacional?
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Cultura vs. estrategia: ¿un falso dilema?
Para entender el impacto de esta frase, primero, hay que desmitificar la idea de que la cultura y la estrategia son fuerzas opuestas. La estrategia es el mapa que define a dónde quiere llegar una empresa y cómo lo hará. La cultura, en cambio, es el sistema operativo que rige la forma en la que las personas dentro de la organización piensan, sienten y actúan.
Cuando Drucker acuñó este concepto, lo hizo en un contexto en el que muchas organizaciones subestimaban la importancia de la cultura en la implementación de la estrategia. Se daba por hecho que un plan bien diseñado era suficiente para lograr el éxito, sin considerar que las personas que lo ejecutan tienen creencias, hábitos y valores arraigados que pueden facilitar o bloquear cualquier transformación o plan por más perfecto que se haya trazado.
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Sin embargo, en el contexto actual, el problema surge cuando la estrategia y la cultura no están alineadas, no se conectan o incluso cuando la estrategia quiere pasar por encima de los valores y creencias arraigadas en la cultura. En esos casos, la cultura corporativa —con unas normas de comportamiento, creencias y sistemas claros pero que muchas veces en la gran mayoría de las organizaciones, no se han escrito y son ignoradas por algunos líderes — termina “devorando” la estrategia, haciendo que sin importar el gran ejercicio que se haya hecho para trazarla, se quede en planes antes de convertirse en acciones reales.
¿Cómo lograr que la estrategia y la cultura trabajen juntas?
El verdadero desafío no es elegir entre cultura o estrategia, sino integrarlas de manera que se refuercen mutuamente. Aquí tres claves para lograrlo:
- 1. Conectar la estrategia con el propósito de la organización
Las estrategias fracasan cuando son percibidas como órdenes impuestas en lugar de ser una evolución natural del propósito de la empresa. Para que una estrategia tenga impacto real, debe responder a preguntas como:
¿Esto que queremos lograr conecta con nuestro propósito?
¿Cómo encaja con nuestra esencia como organización?
¿Cómo lo comunicamos de manera que resuene con nuestros colaboradores?
Las compañías con culturas fuertes y estrategias exitosas logran este equilibrio.
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- 2. Adaptar la estrategia al ritmo de la cultura, sin dejar de desafiarla
Una cultura organizacional no cambia de la noche a la mañana, pero una estrategia bien diseñada puede incorporar elementos que ayuden a una transformación progresiva. Si en una empresa se necesita más agilidad, en lugar de imponer cambios drásticos, se pueden introducir metodologías ágiles, definiendo sprints que, poco a poco, demuestren el poder de la agilidad y transformen la mentalidad en el largo plazo.
Las grandes transformaciones empresariales no ocurren por decreto, sino por evolución.
- 3. Convertir a los líderes en embajadores del cambio
Si los líderes de una empresa no viven la estrategia, nadie más la seguirá. El alineamiento entre cultura y estrategia se logra cuando los tomadores de decisiones son los primeros en adoptar y modelar los comportamientos que la estrategia necesita para ejecutarse.
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Los líderes en las organizaciones son un motor de motores y las empresas que han logrado este equilibrio han convertido su cultura en un motor de ejecución estratégica, en lugar de un obstáculo.
Al final, la clave del éxito organizacional no está en decidir si la cultura o la estrategia es más importante, sino en lograr que una alimente a la otra, que coexistan y se conecten. La estrategia define el destino, la cultura define la velocidad y la forma en la que se llega.