Se ha señalado la prostitución que se ve en las esquinas del parque Lleras como un problema “a solucionar”. Detalles de una práctica que no es exclusiva ni de mujeres, ni de la calle.
Por: Daniel Palacio Tamayo / [email protected]
Cuando Carlos* supo que uno de sus mejores amigos de la infancia se dedicaba a vender unas horas de placer a cambio de dinero, sintió la curiosidad de saber cómo era ese mundo con el propósito de contar su historia en un trabajo académico para su carrera universitaria.
Aquel sábado, después de encontrarse, los dos viejos amigos fueron al bar de un hotel ubicado en el perímetro del parque Lleras. Allí, además de conversar sobre los destinos que tomaron sus vidas, su amigo encontró al primer cliente.
En esa conversación supo que su amigo estaba en la prostitución desde 2014 y que no tenía ningún proxeneta que lo vinculara con esa práctica en la que encontró la posibilidad de conseguir el dinero que le permitiría continuar en la universidad.
Mientras Carlos conversaba con su amigo Andrés* había preguntas que le seguían dando vueltas: ¿prostituto masculino?¿Sus clientes son mujeres o son hombres?¿Cómo los consigue?¿Qué hacían en ese lujoso hotel? ¿Cuánto cobraba?
Con los minutos fueron llegando las respuestas: sus clientes podían ser hombres y mujeres, aunque la inmensa mayoría son hombres extranjeros. El valor iniciaba desde 250 mil pesos por hora y dependía del cliente. Ahí, recuerda Carlos, la conversación fue interrumpida por las miradas fisgonas y coquetas de un grupo de extranjeros sentados en una mesa vecina.
Andrés les respondió con una mirada antes de decirle a Carlos: — Vamos a sentarnos con ellos, tienen cara de buscar algo. Los extranjeros los invitaron a tomar un refresco para continuar con la charla. Ahí supo que eran de Alemania y qué venían buscando a Medellín.
Después de que Andrés se paró de la mesa —tal vez para uno de los cuartos— tras cuchichear con uno de ellos, otro de los hombres empezó a tocar tímidamente su mano, de la que huyó yendo al baño del bar del hotel, hasta donde llegó otro hombre a preguntarle: “¿Estás libre?”.
Carlos le pudo explicar tranquilamente que solo acompañaba a un amigo en una tarde de sábado y que no se dedicaba a ese oficio.
Una vez Andrés volvió a salir del cuarto, dejaron el hotel y se dirigieron a Provenza, donde después de un rato de conversación, Carlos empezó la búsqueda de un nuevo cliente. Esta vez buscó la manera de chocar sus hombros aparentemente por accidente con quien tenía entre ojos con el fin de entablar una conversación, que, según cuenta Andrés, terminó en el segundo cliente de su amigo y en el fin de su noche de reportería.
Moralmente incómodo, legalmente activos
Sandra Giraldo, gerente de El Poblado, explica que aunque moralmente puede ser incómodo para muchos visitantes de este referente de rumba y esparcimiento en la ciudad, la prostitución no es un delito, por lo que no se puede restringir su actividad. Por eso la Alcaldía ha concentrado sus esfuerzos de persuasión en este lugar para ofertar a hombres y mujeres nuevas oportunidades laborales, desincentivar esta práctica y capacitar sobre prevención de enfermedades de transmisión sexual.
Según un estudio realizado por esa dependencia de la Alcaldía de Medellín, en la población que ejerce la prostitución en esta zona encontraron que el 60% se siente cómoda, por lo que no le interesa recibir formación, ni nuevas ofertas laborales.
Con el 40% restante se ha realizado un trabajo, del que asegura Giraldo, algunas mujeres han reincidido así sea de manera esporádica, porque “no consiguen la misma cantidad de dinero que obtenían cuando ejercían la prostitución”. También dice que una dificultad es que han encontrado que después de tres meses de estar prostituyéndose es como si se cruzara una barrera que hace más complicado abandonar el oficio.
Explotación sexual: la línea roja al delito
Según Giraldo, en el último año no se tiene registro de explotación sexual abierta en el Lleras; sin embargo, la administración ha desplegado una estrategia en contra de este delito en toda la ciudad.
Las autoridades han detectado, de acuerdo con investigaciones de la Fiscalía –que incluso en 2016 permitieron la captura de alias Jake— cómo funcionaba la red. Muchos extranjeros pueden comprar planes por medio de internet, que incluyen mujeres y drogas, desde antes de llegar a la ciudad. Si están en la búsqueda de menores de edad —hecho en el que se configura el delito— pueden buscar en la denominada “red profunda” o con enlaces locales que cobran un monto adicional.
“Se tuvo referencia de casos en los que vendedores ambulantes de esta zona también ofrecían servicios sexuales a través de catálogos, pero en los que no figuran las imágenes de las menores de edad. En caso del extranjero solicitarlas, es posible conseguirlas si paga un costo adicional”, dice el informe de las autoridades.
Otra estrategia que fue detectada consiste en que conductores de Uber o de taxi, y también meseros y botones de hotel les brindan información a los extranjeros que llegan a la ciudad, sobre dónde pueden encontrar una oferta de lo que buscan. En caso de requerir más detalles, como el de contactar menores de edad, cobran por su intermediación.
* Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.
¿cómo son los clientes?
Un estudio realizado por la Secretaría de Seguridad de Medellín en 2016 caracteriza a los principales clientes:
Turista solitario: “es un extranjero, entre los 35 y los 60 años, con poder adquisitivo, que viaja buscando escapar de la soledad y encontrar diversión confiable. Llega a la ciudad con el propósito de huir de la rutina de su país de origen y demanda tanto la oferta turística promovida por las instituciones como la rechazada por las mismas”. Es decir, así como puede visitar museos y otros lugares turísticos, también está en la búsqueda de planes que incluyan consumo de drogas o servicios sexuales.
Turista de negocios: “Hombre de alto nivel, entre los 30 y los 50 años, que suele visitar la ciudad por trabajo o negocios. Cuando finaliza sus actividades laborales busca la oferta de servicios sexuales –en algunos casos con niñas y adolescentes–. Estos turistas suelen hospedarse en hoteles de alta categoría”.
El turista mochilero: “Hombre joven que viaja con el propósito de conocer nuevas culturas y estilos de vida. Suele hospedarse en hostales y generalmente es consumidor de sustancias psicoactivas y no de servicios sexuales”.