Hoy decimos “presencial” y muchos se imaginan reuniones físicas, abrazos o encuentros cara a cara. Pero vivimos en modo híbrido: saltamos entre lo digital y lo real todo el día. Tanto así, que a veces decimos algo y no recordamos si fue en un chat, una llamada o en persona. Porque la presencialidad ya no es sólo física: es también digital, emocional y contextual.
La presencialidad empieza con un mensaje de texto. Porque estar presente no siempre es estar cerca físicamente, pero sí es estar verdaderamente disponible para el otro. Y eso, en tiempos donde todo compite por tu atención, vale más que nunca.
El problema es que confundimos inmediatez con cercanía. Creemos que, porque podemos enviar un audio de cinco minutos o llamar sin aviso, ya estamos “conectando”. Pero no, lo que estás haciendo es invadiendo. Y eso, aunque no lo digamos, mata vínculos personales, laborales y hasta oportunidades.
Estar presente también es entender y respetar los códigos del otro. Un mensaje de voz sin contexto puede ser una carga. Una llamada inesperada, una interrupción. El no comprender esto, hace que cada vez se vean más malas prácticas que rompen la presencialidad entre nosotros:
- Escribir insistentemente, como si presionar diera resultados.
- Mandar audios eternos, divididos en partes que agotan.
- Llamar sin preguntar antes.
- Resolver por llamada lo que pudo decirse en texto.
- Enviar mensajes impersonales donde hacía falta empatía.
- Tratar de resolver cualquier cosa con emojis.
Estas acciones, aunque parezcan pequeñas, nos alejan. Rompen la sintonía y desgastan las relaciones.
La escala de presencialidad
Este concepto lo he venido desarrollando desde hace 3 años cuando escribí mi libro Véndelo todo chatiando, para entender cómo gestionar nuestra presencia —personal y profesional— en un mundo digital que lo confunde todo. La escala propone que no todas las conversaciones tienen el mismo peso ni requieren el mismo nivel de presencia. Si aprendemos a elegir bien cómo mostrarnos, evitamos malentendidos, lideramos mejor y conectamos con más intención.
¿Cómo funciona?
No se trata de estar siempre, sino de saber cómo estar. La clave está en subir o bajar la escala según la importancia, urgencia o sensibilidad del mensaje.
- Mensaje de texto. Para cosas cotidianas, para respetar el ritmo del otro, para abrir y llevar una conversación rápida. Es el nuevo: “¿Tienes un minuto?”.
- Mensaje de voz corto. Para explicar sin generar ruido. Si necesitas más de un minuto, mejor escribe o pide permiso para llamar.
- Llamada. Si el tema es importante o emocional. Pero antes, avisa. Preguntar si puedes llamar, se llama respetar.
- Videollamada o encuentro. Para decisiones importantes o conversaciones profundas. Es la máxima presencialidad.
En el trabajo también aplica
La presencialidad bien usada es cultura, liderazgo y empatía. Hoy está demostrado que no todo se resuelve por Zoom, ni todo merece una reunión. Pero si el mensaje puede malinterpretarse, si necesita matices o emociones, no lo dejes en texto. Sube en la escala.
Cada vez que eliges estar más presente, le estás diciendo al otro: “Me importas lo suficiente como para darte atención real.” Y eso, en un mundo lleno de ruido, vale oro.
¿Cómo aplicar la escala?
- Antes de mandar un audio, pregúntate si puedes explicarlo con un texto claro.
- Si vas a llamar, escribe antes y pregunta si es buen momento.
- Si una conversación es sensible, busca verte con la persona o al menos una videollamada.
- Si algo es importante, demuéstralo con tu presencia, no solo con palabras.
La próxima vez que estés por mandar un mensaje o hacer una llamada, hazte esta pregunta:
¿Estoy eligiendo la forma correcta de estar presente?
Porque hoy, más que nunca, privilegiar la presencialidad —incluso en lo digital— es una forma de decir:
“Estoy acá. Y tú me importas.”