Porfilio Trujillo tiene 23 años, y ya está escribiendo sus memorias. Es que ha vivido tanto, ha luchado con tal ferocidad para cumplir sus sueños, que sabe que tiene mucho por contar. Es también la certeza de que su testimonio vale la pena para inspirar a otros, especialmente a sus seis hermanos, campesinos, como él, de una alejada vereda del Meta.
Gracias a una beca de la universidad EAFIT, Porfilio está estudiando Ingeniería Agronómica. Lleva ya cuatro años viviendo en Medellín, muy lejos de su familia y de su cultura, pero está feliz. La beca es el resultado del esfuerzo sistemático, contra la corriente, de un muchacho que quería estudiar y tenía todo en contra.
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Nació en la vereda Marimba Número 2, una alejada zona rural, y desde muy pequeño debió recorrer un trayecto diario de una hora, a caballo, para poder estudiar. Cuando estaba cursando el grado séptimo, sus padres decidieron trasladarse a la vereda El Carmen, y este cambio significó para Porfilio la interrupción de sus estudios, ya que allí solo había una pequeña escuela primaria.
“Cada generación debe superar a la generación anterior”.
Dos años y medio tuvo que aplazar sus estudios, hasta que él y sus hermanos decidieron matricularse en un bachillerato para adultos, con clases una vez a la semana, en La Macarena, que quedaba a tres horas a caballo de la finca. Mientras adelantaba su bachillerato, Porfilio conoció en la única sala de internet de la vereda a Nicolás, un profesor de la Universidad del Valle que pasaba vacaciones allí cada año, y que se dedicó a enseñarle las bases de la informática. “Yo no sabía ni prender un computador, y desde ese momento el profesor se convirtió en mi mentor. Un día me preguntó si yo quería estudiar en una universidad, y yo le dije que sí… Pero nunca me imaginé lo difícil que iba a ser”.
A partir de ese momento, empezó otra carrera de obstáculos. Se graduó de sus estudios secundarios con mención de honor, y, con la ayuda de Nicolás y otras personas cercanas, viajó a Cali a estudiar un curso preparatorio para presentar las pruebas del Icfes. Para recoger el dinero de este curso, trabajó durante seis meses recogiendo hoja de coca. “No hay allá muchas opciones para los jóvenes, y por eso el único trabajo que encontramos es como raspachos. Quien quiera establecer un juicio sobre si esto está bien o mal, le sugiero se desplace a la zona y viva por lo menos un año con una familia campesina para que conozca todas sus necesidades. Lo que es realmente malo es que el Estado tenga abandonado el campo, y que las personas tengan que vivir así”.
El siguiente paso era presentarse a la Universidad de Antioquia; un viaje de 28 horas a Medellín, que se justificó cuando supo que había pasado el examen de admisión. Porfilio sabía que no tenía los recursos para instalarse en la ciudad, y que necesitaba, mínimo, una beca. Aunque siempre había contado con la aprobación de su madre, no sobraba plata para apoyarlo; y a su padre nunca le sonó la idea de que estudiara en la universidad. “Cuando le conté -dice Porfilio- me dijo que más bien hiciera una técnica para arreglar refrigeradores, que eso daba plata. Pero yo quería ser profesional”.
Sin desanimarse, consiguió trabajo en un café de La Macarena para ir reuniendo el dinero para el viaje. Se dedicó, además, a leer y estudiar en los libros que había recogido en una donación de segundazos que había llegado desde Bogotá. “La lectura me ayudó a cultivar la mente y ver el mundo de una manera distinta”.
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Y en esa espera llegó la oportunidad de EAFIT: nuevamente sus “ángeles custodios” le contaron acerca de la Beca Fundadores, y le ayudaron a resolver todos los obstáculos para presentarse. “Un viernes me avisaron que había sido seleccionado para la beca, y las clases empezaban el lunes siguiente. No lo podía creer”.
Porfilio está cursando ahora el octavo semestre, y ya está planeando el regreso a su pueblo, cuando se gradúe, para contribuir a mejorar su entorno. De hecho, es uno de los compromisos que adquieren los becarios de esta carrera, que provienen de diversas partes del país. Para llegar a este punto, ha recibido el apoyo integral de la Universidad, que desde el principio rodea a los becarios, no solo con el pago de la matrícula y recursos para su manutención, sino también con acompañamiento sicológico y con mentores que les ayudan en su nivelación académica.
¿Cuál es la mejor manera de definir a Porfilio?
“Tengo disciplina -dice-, pero también he tenido coraje, porque a mí me decían que no podía, y demostré que sí puedo”. Y compromiso, también, con su familia y con su comunidad. “Cada que viajo a mi vereda hablo seriamente con mis hermanos menores, y les digo que cada generación tiene la obligación de superar la generación anterior. Yo superé a mis mayores, y ellos tienen que superarme a mí”.