El programador mira al abogado y piensa: “Básicamente busca en una base de datos y pone información en campos predefinidos. La IA puede hacer eso”. El abogado mira al consultor: “Solo hace presentaciones bonitas y dice obviedades”. Y el consultor ve al analista financiero: “¿Por qué tanto tiempo para hacer cálculos?”.
Todos están seguros de que el trabajo del otro es fácil.
Esta percepción alimenta las predicciones apocalípticas sobre la inteligencia artificial: millones de empleos de cuello blanco desaparecerán, reemplazados por algoritmos más eficientes.
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Pero esta narrativa ignora la complejidad real del trabajo profesional y las lecciones históricas sobre tecnologías disruptivas.
Lo que no vemos: la conversación delicada con el cliente nervioso a las 11 p. m. El momento cuando los números no cuadran y hay que decidir si es un error o algo más profundo. La intuición que dice “esto se siente mal” cuando todo parece técnicamente correcto.
La experiencia de navegar personalidades, expectativas contradictorias y la política invisible que determina si un proyecto funciona.
Un abogado no solo busca precedentes; negocia entre partes con intereses divergentes, anticipa problemas futuros y estructura acuerdos que sean legalmente sólidos, pero comercialmente viables. Un consultor no solo analiza datos, interpreta el contexto organizacional detrás de esos números. Un analista no solo hace cálculos, detecta anomalías que señalan oportunidades o riesgos.
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Excel no eliminó empleos en finanzas. Los multiplicó.
La hoja de cálculo no reemplazó al analista. Le dio superpoderes. De repente, cada empresa quería más análisis, más modelos, más proyecciones. El trabajo creció para llenar la nueva capacidad.
La paradoja de Jevons. Otra vez.
Hacer algo más eficiente no reduce su uso. Lo multiplica.
Como observó Satya Nadella: “La paradoja de Jevons golpea otra vez. Cuando la IA se vuelve más eficiente y accesible, veremos su uso dispararse”.
La IA probablemente seguirá el mismo patrón.
Usar IA en una organización no es solo automatizar lo existente. Es habilitar análisis antes imposibles, conversaciones que no podíamos tener, combinar experiencia humana con datos para crear posibilidades inéditas.
Los abogados podrían analizar patrones en millones de casos para identificar estrategias completamente nuevas. Los consultores podrían detectar problemas organizacionales sutiles que antes requerían meses para identificar. Los analistas podrían modelar escenarios que incorporen miles de variables en tiempo real.
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Estas capacidades no reemplazan el juicio humano; lo amplifican dramáticamente.
Los clientes no contratan solo análisis; contratan confianza. No compran expertise técnico; compran juicio contextual y la seguridad de que alguien responderá cuando las cosas salen mal.
Un CEO que enfrenta decisiones críticas no quiere solo un modelo de IA. Quiere sentarse frente a alguien que entienda las implicaciones humanas, que pueda defender las recomendaciones con su reputación profesional.
El verdadero riesgo
¿El verdadero riesgo? No es que la IA nos reemplace.
Es que asumamos que somos más reemplazables de lo que realmente somos.
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