Se celebra en 2012 y especialmente en Inglaterra “el año Charles Dickens”, por el bicentenario en febrero 7 del nacimiento del prolífico escritor, cuya obra cubre miles de páginas en periodismo y novela. Iniciador de la literatura sobre la vida de la clase trabajadora, los desposeídos, los miserables, y sagaz en la descripción minuciosa de su época, cuando florecía la industria y el humo de las fábricas ennegrecía más el siempre nublado cielo británico. Dickens nació en el seno de una familia grande en Portsmouth, que a sus dos años se trasladó a Londres. Por problemas de deudas y prisiones del padre, el niño Charles vivía con parientes o en residencias de asilo, estudiando la primaria aquí y allá, y letras y números más avanzados con protectores. Pero fue en un cuarto repleto de libros en su hogar, dónde sólo entraba él, donde leyó con avidez y a discreción todo lo que pudo, y ya mayor recordaba con amor su fascinación por Don Quijote, las novelas francesas e inglesas de sátira y erotismo, las Mil y una Noches, todo junto. A los 12 años fue enviado largos meses a trabajar en una fábrica de betún, y después, merced a que sabía leer y escribir, tomó puesto como ágil taquígrafo en los tribunales. Fue allí donde empezó a conocer las mañas y corruptelas de la justicia, que después ocuparon lugar central en muchas de sus novelas. A los 18 ya escribe crónicas judiciales para periódicos y revistas y se hace popular entre los lectores. Publica a los 24, por entregas, un libro que las recopila, y a la vez su primera novela sobre “el Club Pickwick” que dispara su fama. Editar libros en el sistema de “folletines” de unas 32 páginas era común entonces, porque sólo gente adinerada podía darse el lujo de comprar libros enteros. La energía escritural e incansable de Dickens va pareja entre el periodismo y la ficción, a lo largo de su vida (hasta 1870) es colaborador y fundador de numerosas publicaciones donde trata principalmente temas populares, abusos y desmanes de los poderosos en esa oscura era industrial-esclavista que hoy nos parece inverosímil. Hasta el propio Marx dijo que la novela “La pequeña Dorrit” era más venenosa y subversiva que “El Capital”. El gran retrato del mundo del siglo 19 no tiene paralelo en su imaginario de personajes y asuntos y de la gran ciudad gris, Londres, que hoy recorren los turistas con puntos señalados de sus obras. Algunos críticos serios lo tachan de excesivamente sentimental y muy triste a pesar de sus alegres pillos y jóvenes personajes que se las arreglan día a día contra la crueldad del mundo, pero sin duda en estas vidas hoy telenovelescas radican fuertes verdades sobre el ser humano y lo confirman nombres que son iconos como David Copperfield, Oliver Twist, el malvado Scrooge, Pickwick, tantos otros. Bicentenario, Dickens toma relieve mayor en nuestra llamada era post-industrial, tan despiadada como la suya –véanse las condiciones esclavistas de las fábricas de electrónicos en China y el sudeste asiático, la explotación de los niños del chocolate en África Central, yendo lejos-, algo que llama a juicio y reflexión de quien se atreva a desmenuzarlo en literatura o periodismo. La historia celebrará en dos siglos a quienes hagan hoy nuestro implacable retrato.
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Periodismo y novela de los desposeídos
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