En Córdoba con la Playa hay una casa de estilo republicano que, con el pasar de los años, se ha convertido en un punto de encuentro fundamental para la escena teatral de Medellín. Una bella sede con esa palmera emblemática en la mitad de su patio central, con esas salas abiertas permanentemente que dan la bienvenida a los espectadores y con ese café y esa biblioteca que invitan a celebrar la vida que da el teatro.
Sí, es Pequeño Teatro, este grupo fundado por Rodrigo Saldarriaga en 1975, quien pensó el hecho teatral con un sentido profesional, no como un asunto de aficionados. Desde entonces, esa fue su ruta. Le imprimió carácter, seriedad, lúdica. Reunió actores con formación académica y se propuso mantener temporadas a lo largo del año. Siempre la casa abierta, siempre las luces de las salas encendidas para levantar el telón y mostrar la obra de arte que vive en el escenario.

Sentados en medio del frescor de ese patio, conversamos con Ruderico Salazar, uno de los directores artísticos de Pequeño Teatro, y con Andrés Moure, director académico. Recuerdan que este año, desde enero, ha sido de celebración. Y así continuará a lo largo de los meses que vienen.
Hablan de Rodrigo Saldarriaga Sanín (1950-2014), el dramaturgo, el director, el actor. Lo recuerdan como el maestro y el amigo que dejó una huella que permanece y se renueva. Un artista reflexivo, audaz. Un ser humano perfeccionista, que buscó siempre en el arte el contenido, la profundidad, también el goce. “Heredamos de él un pensamiento estético y crítico”, dice Ruderico, quien comparte la dirección artística de Pequeño Teatro con el actor y director Albeiro Pérez.
Andrés añade que, además del sentido artístico, Rodrigo dejó una marca en la manera de organizar y proyectar una sala de teatro. Una manera de gerenciar y gestionar. El arte sí, claro, sin embargo, hay que cimentar bases sólidas para su sostenimiento y permanencia. Se trata, dice, “de preservar en el tiempo un espacio como este, un legado que nos pertenece”. Incluso, hay una especie de decálogo, frases del maestro que se recuerdan con frecuencia: “No se queden en el pasado”, “No me lo diga, hágalo”, “En el teatro solo existe lo que se hace, no lo que se piensa”, son algunas de ellas.
El teatro es tiempo y espacio, Rodrigo Saldarriaga lo sabía, ellos también. Como para él, para ellos la palabra es clave. Pequeño Teatro en sus propuestas escénicas hace énfasis en la voz del autor que queda filtrada por el artista como ser humano. El teatro es un hecho artístico, social, pedagógico. De ahí la importancia de formar públicos.

Para Ruderico y Andrés, y para tantos que se acercan semana tras semana a ver las obras, Pequeño Teatro es un patrimonio vivo, que, además, tiene una escuela de formación de actores, para la cual se construyó un edificio de cuatro pisos diseñado para el entrenamiento artístico. Si bien ahora la escuela tiene un receso con el fin de renovar sus líneas académicas y consolidar sus ejes, pensando en las nuevas generaciones, permanecen los talleres de extensión y de iniciación al teatro, cuyas inscripciones están abiertas. Y aquí hay un dato importante, el 65 % de los actores que se forman allí se quedan en el grupo.
Una estrategia como la entrada libre con aporte voluntario, que fue bastante polémica en su momento y que se inició en 2002, ha contribuido a aumentar el público en las dos salas, una para 450 espectadores, que lleva el nombre de Rodrigo Saldarriaga, y otra de cámara, sala Don Tomás Carrasquilla, para 78. Al año, se realizan unas 420 funciones, con una asistencia aproximada de 64.000 personas. Hay dos equipos de arte, 14 personas de tiempo completo, un número que puede crecer a 44, entre actores invitados, escenógrafos, equipo de producción, unidos por la pasión de construir esos mundos posibles, fugaces, poéticos, dramáticos.
El teatro como la metáfora de nuestra existencia, como ese lugar que inspira, conmueve y perturba; que convoca y provoca; que alienta la imaginación y la expansión de la conciencia. De ahí, también, su importancia para las sociedades.
Pequeño Teatro tiene 38 obras en repertorio. A lo largo del mes, durante tres semanas, se presentan sus propuestas. Y hay una semana para grupos invitados, locales, nacionales e internacionales, que suman alrededor de veinte al año. En este agosto, por ejemplo, hay compañías de Bogotá, Medellín y Copacabana.

Ruderico señala que en sus montajes la presencia de Rodrigo está en una manera de hacer, sin embargo, se siente en libertad de proponer desde su propia experiencia dramatúrgica, de llevar a escena su propuesta, íntima, personal.
Es clave el sentido del acontecimiento teatral y físico y ahí, dos preguntas esenciales, ¿qué se quiere decir? y ¿cómo se llevará a la escena? Cada dramaturgo, director, actor, imprimen su sello y su sueño, con sus ópticas, sus miradas. Permanecen el cimiento y la raíz. Y el deseo de que el teatro se convierta en parte sustancial de la vida.
Al finalizar la función, cuando cae el telón y las luces de las salas se apagan, directores y actores se reúnen con el público en el patio central de Pequeño Teatro: saludan, conversan, se miran a los ojos, expanden la acción teatral. Este ritual en el que despiden a los asistentes, se vive cada día, de miércoles a sábado, con la promesa de un nuevo encuentro. Asistir al teatro implica entender la obra, respirar con ella. Vivir ese momento efímero en la escena, que, sin embargo, permanece en la memoria.