Parábola de un país color de luto

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Por: José Gabriel Baena
La expresión parece exagerada vista desde afuera, cómo es posible -dirá un turista- que sea color de luto un país que se mantiene de fiesta en fiesta, de noviembre a noviembre, Reinado de Cartagena, navidades, magnífica feria sangrienta de Cali, estupenda feria bárbara de Manizalez, carnavales diabólicos en cuanto pueblo miserable abunda en el país, festival de las artes en Barranquilla, festival Hay en Cartagena a donde no invitan a ningún escritor de nuestra aldea a excepción de un tal Franco y un Faciolince (¿no hay más?), feria taurina troglodita de Medellín, matrimonio del hijo de Santodomingo (un pelele), carnaval de Barranquilla, descansillo hipócrita por la Semana Santa y luego el festival vallenato, Beba de las Flores de Medellín… ¡joder! Debería declararse a “nuestro” país en estado de luto festivo permanente y gran cementerio de todas las ilusiones, cubrirlo de cal y cenizas, y marcharse los dos o tres supervivientes. Un lector de esta columna se me lamentaba por e-mail de que no hubiera explotado, por fin el Galeras, “lo que hubiera sido la Grandiosa Hecatombe profetizada por Tintín”.
Por estos días mi corresponsal leyó en la Red que en un remoto país del África central, Goln’Gombia, más allá de las montañas donde nace el sol y los cocodrilos se pasean por las calles de la capital devorando niños tiernos como método de control de natalidad, que existe una poderosa guerrilla tribal que desde hace 50 años ha aniquilado a media población mediante el secuestro masivo, el asesinato selectivo, la castración y mutilación de genitales masculinos y femeninos, los bombardeos masivos de aldeas, los carros explosivos en las ciudades más grandecitas que ahora no son más que ruinas. El gobierno, la otra tribu principal, sabe exactamente vía satélites espías y a cada minuto dónde están acampados los jefes rebeldes con sus miles de soldados con botas de caucho (imaginarse los aromas) pero no se atreve a pedir la ayuda a USA para que le preste en canje por diamantes los formidables bombarderos invisibles Stealth para que dirijan sus misiles en una sola y majestuosa incursión de una noche y un día, y todo acabado, por temor de que las imbéciles Naciones Unidas los califiquen de genocidas, y a que de pronto en la operación mueran importantes personajes secuestrados. Cuando se trata de acabar una guerra hay que hacer de tripas corazón, como hicieron los aliados para finalizar con unos cuantos golpes inhumanos tres o cuatro ciudades grandes de Alemania, lo que precipitó la desmoralización total entre los generales. Y se tiene además las extraordinarias armas “Madre” y “Padre de todas las bombas”, la bomba de neutrones, que elimina en un radio de centenares de metros cualquier rastro de vida animada sin destruir infraestructuras. Una maravilla.
Así las cosas, no vemos por qué “nuestro” Gobierno no aplica una política como la sugerida y se borra del mapa de una vez a todas esas alimañas de similar catadura que tienen a este país al borde de la desintegración. Ya el Gordo Chávez puso a su soldadesca en la frontera. Cuando este artículo aparezca es posible que la guerra se haya declarado. Lo que más me impresiona de alguno de los análisis leídos por estos días es que, según un antropólogo heideggeriano, todos nuestros males se derivan de la maldita mezcla de razas de que fue víctima en su formación la Nueva Granada: españardos, árabes y libaneses, judíos, turcos, africanos, indígenas, diga usted. Una mezcla explosiva de odios y genomas atravesados, sin solución a la vista. Mientras tanto, siendo posible que esta columna aparezca el lunes 4 de febrero, ese día estaré marchando con mi camiseta y la consigna antifestiva: “No más FRAC”.

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