Como todos los niños, mi hermano y yo peleábamos cuando estábamos chiquitos. Peleábamos por quién había elegido primero la televisión grande o porque no estábamos de acuerdo en las reglas de algún juego. Al vernos, mis papás nos llamaban y nos echaban un discurso para que no peleáramos más. El discurso era algo como: “Niños, entre hermanos hay que quererse y no pelear. Cuando uno es grande, los hermanos son el mayor apoyo que uno tiene, así que cultiven su amistad desde ya. Ahora se van a dar un abrazo y se van a perdonar.” Después de eso no había discusión, tal cual nos lo pedían los papás nosotros nos abrazábamos. Obviamente el abrazo era un poco forzado, pero funcionaba. A los cinco minutos ya estábamos jugando otra cosa y, como por arte de magia, ese abrazo eliminaba la rabia y el rencor. Me pregunto, ¿cómo serían las relaciones con nuestras familias, nuestra pareja y nuestros amigos, si simplemente en la mitad de una pelea paráramos y nos abrazáramos?
Por alguna razón nos han enseñado que el perdón es para los demás (uno perdona al otro). Pero, la verdad, es que el perdón es para uno mismo. La única persona que se siente mal por tener rencor o sentir rabia, es quien lo está sintiendo. Es posible que la otra no se dé por enterada. Creemos que al no perdonar al otro lo estamos castigando por algo que nosotros creemos que hizo mal, pero lo único cierto es que nos estamos castigando a nosotros mismos. Cuando perdonamos nos liberamos de los sentimientos negativos y, literalmente, un peso se nos quita de encima. Entonces, si sabemos esto, ¿por qué nos cuesta tanto perdonar?
Creo que una de las decisiones más importantes que uno debe tomar en la vida es si se quiere tener la razón o ser feliz. En muchas ocasiones tener la razón y ser feliz son compatibles, pero en otros momentos tenemos que elegir. Por lo general, el perdonar a alguien que en nuestra opinión obró mal, es dejar ir el “yo estoy bien y tú no”. Y a veces nos apegamos tanto a ese juicio de valor, que preferimos sufrir y vivir maluco que simplemente dejarlo ir. Hoy los invito a que reflexionen, ¿a quién le está sirviendo el rencor que puedan tener en el corazón? ¿Por cuánto tiempo más vas a decidir probar que tú sabes lo que está bien o mal, en vez de simplemente ser más feliz?
Uno de los mitos más grandes sobre el perdón es que necesitamos dejar que las cosas pasen o que el otro haga algo para poder perdonar. Perdonar no depende de los demás, ni de las circunstancias. Es una decisión que uno toma. Tal vez como el abrazo que mis papás nos pedían darnos, cuando tienes rabia el perdón puede sentirse un poco forzado, pero si continúas con la intención de perdonar, en cuestión de minutos sentirás un poco de alivio. El poder de perdonar es una de las libertades que nadie te puede quitar. Perdonar es el mejor truco para vivir en paz. ¿A quién vas a perdonar YA?
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Para vivir en paz
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