Lleguemos a un acuerdo de entrada: lea esta columna sin prejuicios. Nada de que hay comidas “mañés”, del tipo “más ordinario que…” ni hay bebidas reservadas solo para elegidos, para gente superior.
¿De acuerdo? Lea con sonrisita de incredulidad, si quiere, pero intente hacerlo sin prejuicios.
Bueno. Chicharrón en el plato y vino en la copa, sí, juntos en la misma mesa, en el mismo momento gastronómico, es lo que digo.
Que usted conoció el chicharrón en un caspete en carretera, lejos de la ciudad, de mesas que no repiten diseño en manteles ni tipos de sillas, hecho en paila, de veinte y tantas patas, mientras que el vino viene de países elegantes y es producido en un ambiente chic, en una bodega con acento arquitectónico y de largo linaje, por gente que observa, huele, escucha y saborea copas… ¿no quedamos en que dejaría los prejuicios?
El chicharrón es fantástico. Le digo que me gusta tostado o blandito. De veinte y tantas patas en doble carril o cortado en paticas individuales. Hirviendo, recién salido de la paila, o servido al clima, al otro día. Hecho en aceite o en su propia grasa o en olla a presión o en parrilla. Y contrario a pensar que es ordinario, siento que es muy nuestro, que refleja lo que somos y lo que hemos sido, que nos ha criado, alimentado y divertido. Las comidas, vamos a pensar diferente, no se califican como “ordinarias”; las comidas se valoran, a las comidas se les agradece.
Y el vino también es fantástico. Me gustan en especial los tintos. Bien servido, en la temperatura adecuada (18 grados para los tintos y 8 para rosados, blancos y espumantes) y con buena compañía, ofrece momentos deliciosos.
¿Entonces por qué resistirse? Fantástico acompañado por fantástico puede dar más fantástico. La clave es ¿cuál vino? Porque si va a la tienda y agarra una botella, así en bruto, puede equivocarse. Por ejemplo, si escoge por etiqueta linda, nombre extraño, color bonito, digamos, si elige un late harvest (cosecha tardía) elaborado con la variedad de uva Gewürztraminer, llevará a su copa un dulce, muy bueno para postres y para quesos, pero, por dulce, mal socio de un chicharrón.
Para esta forma del cerdo la pareja fantástica es un tinto. Expertos sugieren la variedad de uva Tempranillo, otros la Merlot, otros la Syrah, otros la Malbec o la Cabernet Sauvignon. Incluso, yo haría la prueba con la Carmenere.
Y justo de eso se trata: de probar. De descubrir. Más aromas y gustos, menos prejuicios y chistes del “más ordinario que…”.
Juntarse con amigos y comprar o hacer chicharrones: es la tarea que le dejo para este fin de semana. Instalarse en una mesa larga y descorchar algunos, o todos, los tintos que le mencioné. Y hacer cruzamientos. Chicharrón con Carmenere. Con Syrah. Con Malbec. Bocado y trago. Masticar, saborear, analizar, disfrutar, encontrar puntos en común en armonías. Unos darán mejor resultado que otros porque cada tinto es diferente, al margen del color.
Probar, experimentar, descubrir, todo lo contrario de suponer y de juzgar sin conocer. Más rico así.
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