Sábado, como a la una de la tarde. Llegan todos, así ha sido siempre. Y, como siempre, la mamá los espera con ajiaco. La oportunidad de verse, después de una semana agitada y lejana, salvada acaso por los celulares. A veces hay frijoles, a veces mondongo –aunque hay quienes en la familia ponen pereque “porque es que esa telita…”-, y de vez en cuando, de las ollas maternas sale sobrebarriga -yo pondría pereque-.
¿Y qué han tomado toda la vida para acompañar el ajiaco? Jugos, Colombiana, Coca Cola, algo de refajo, todos pensando en la sed y en el calor y, estoy seguro, muy pocas veces pensando en los sabores, en resaltar el buen pollo, la gran papa, el tremendo caldo, el protagonismo de la mazorca, los toques ácidos de la alcaparra y la textura de la crema de leche, todo ingeniado por mamá, más de media mañana en la cocina.
Este sábado, les propongo, lleven vino. Sí, a la casa de la mamá. Sí, para el ajiaco. Una botella les dará para seis servicios. Hagan sus cuentas. “¡Momento!” dirán ustedes: “¿Para el ajiaco?”. Correcto, para el buen plato que les hace la mamá.
No leyeron mal.
La mamá, estoy casi seguro, intentará poner algo de pereque, al estilo “¿vino?, ¿ustedes qué se imaginaron de almuerzo?”. Pero tranquilos, déjenla que se desahogue, échenle este cuento que sigue a continuación y, por supuesto, sepárenle una copa.
Vino para el ajiaco, pero no cualquier vino. No “un vino”, no el de la etiqueta linda, no el que esté más barato, porque en esas le llevan un Cabernet Sauvignon, el tinto de sabores más intensos, que arrasaría con el plato de la mamá, que lo dejará sabiendo a nada; o un Malbec, gran aliado de los asados, pero no del ajiaco; o un vino dulce, rico para postres o queso azul, pero de armonía cero para ese buen menjurje de caldo, pollo, papas, mazorca…
El vino que deben llevar es un Chardonnay, blanco, comprado en la tienda (no valdrá más de 40 mil pesos y son 6 servicios) y solo en tienda porque es posible que usted tenga uno de su especie en la casa, pero por haberse puesto a esperar una “ocasión especial”, de la botella que ya suma cinco, seis, siete años en cuanto a atributos en gusto y en aromas puede quedar o poco o todo muy maluco. En otra columna les conté que no a todos los vinos el paso del tiempo les conviene y, usualmente, el Chardonnay está en ese grupo.
Puede ser chileno, francés, argentino o californiano y, en suma, tendrá copas frescas, elegantes, de acidez agradable, de notas afrutadas, con aromas que, si presta atención olfativa, le recordarán plátano, piña, cítricos y, si tuvo guarda en madera, tostados y vainilla.
Sí. Con confianza: Chardonnay para el ajiaco de la mamá, porque el vino no exige necesariamente ir a restaurantes top, porque la comida de la mamá es única y porque nada tienen qué ver origen (plato cundiboyacense y bebida “extranjera”) y placer.
Sirvan, brinden y me cuentan lo bien que resultó.
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