Hace un tiempo, a Lucas le llegó un mensaje desde Italia. Era una joven que decía haberlo conocido cuando era niña. Él se asustó: “Qué habré hecho cuando estuve de intercambio en Europa”.
Se tranquilizó cuando la joven luego mencionó la Casita de Nicolás y le contó que había sido adoptada por una pareja de italianos; que ahora vivía allá y que nunca olvidaría los días en que Lucas iba, en sus vacaciones escolares y universitarias, a jugar con ella y sus compañeros.
Por eso, ya de grande, ella quería volver a Colombia y ser voluntaria de la Fundación Juguemos en el Bosque, la cual fundó Lucas hace once años junto a sus amigos Santiago Ramírez “Wicho” y Andrés Walker Uribe.
La historia de Lucas y la fundación nació como lo que es: un juego. A sus seis años supo que una tía iba a adoptar a un niño, a Juan Sebastián. “Yo ya tenía varios primos, pero ninguno de mi edad. Por eso decía que me iban a regalar un primo nuevo con el que podía jugar”.
Es el director y cofundador de la Fundación Juguemos en el Bosque, con la cual lleva entretenimiento a niños que permanecen en hogares de protección y acogida.
De esa adopción quedó un contacto cercano entre la institución y la familia. Ya más grande, Lucas les dijo a sus papás que no quería ir a las vacaciones recreativas. Su mamá, sin saber qué más hacer para entretenerlo, llamó a la directora de la Casita de Nicolás y pidió que le recibiera al niño, que ella igual trabajaba a dos cuadras y si algo ocurría, lo podría recoger.
Pues Lucas halló en los niños a sus mejores amigos y no hubo mejores planes en sus posteriores vacaciones. A los 16 años sacó la licencia de conducción y la estrenó dándole vueltas a la manzana con los niños en un Renault 4.
Esos ratos de diversión se convirtieron luego en la semilla de una idea que hoy tiene una estructura corporativa que impacta a más de 400 niños en once hogares de adopción y protección y se ha ampliado a tres hogares geriátricos. Incluso Lucas diseña juegos que son utilizados por empresas para difundir sus estrategias organizacionales a los colaboradores.
“El juego es un elemento esencial de aprendizaje en la primera infancia y para toda la vida. Nuestro trabajo es muy rico, somos como esos tíos chéveres que una vez a la semana vamos a los hogares a jugar, con un foco en la enseñanza de valores. Ese es nuestro aporte, pues no trabajamos solos. Es duro, pero muy satisfactorio”, señala.