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Por: José Gabriel Baena | ||
¿Somos un país “civeta”? A finales de mayo Mr. Michael Geoghegan, presidente de la Corporación Bancaria Hong-Kong-Shanghai, anunció que Colombia figura entre los que ellos denominan “países civetas”: aquellos cuya clase media emergente “en tres años superará el mundo desarrollado, medido por paridad de poder adquisitivo, una nueva clase media con acceso a todo el portafolio financiero global”. Noticia no sólo interesante en sí, sino por el nuevo término “civetas”, que diferencia a estos países de aquellos otros, más poderosos hoy, titulados países “Bric” por las iniciales de Brasil, Rusia, India y China: “Países que se abren camino en el escenario por sus altas tasas de crecimiento, sus grandes poblaciones y su voraz apetito por el consumo de nuevas marcas”.
Resulta que “civetas”, explicó el humilde magnate, se utiliza por la similitud de nuestros países con una especie de “vivérridos” o familia de mamíferos carnívoros que incluye las ginetas y civetas, arbóreos, parecidos a los gatos y a las mangostas. “Civeta” es una definición imprecisa de muchas criaturas parecidas al gato de Norteamérica, África, el leopardo asiático, el gato verdadero y el gato salvaje criollo. Sus mejores hábitats son las tierras inundables, sabanas, montañas y sobre todo selvas tropicales. La descripción es perfectamente aplicable a lo que hoy denominan “clase media colombiana vergonzante”: 32 millones de “almas” que viven del salario mínimo para abajo, por no decir que en la pobreza total. Esta cifra es del Banco Mundial, palabra de fe. Los “civetas”, por la pérdida de sus hábitats propios, están siendo considerados especies vulnerables. De manera dramática, el señor Geoghegan tiene toda la razón, y se queda corto. Pero de para arriba. La verdadera clase media-alta colombiana no sólo ya pasó por ser “civeta creciente” sino que se encamina rápidamente hacia su pertenencia al grupo “Bric”. El panorama de abrumadores edificios construídos en la montaña de El Poblado, visto desde la autopista, es angustioso y a la vez tópicamente futurista: un telón de fondo de los que llaman en el cine “mate paint”, sólo apreciable desde abajo, desde el occidente donde se apiña el 50% de los miserables de la ciudad. Los gatos erizados que viven en las montañas orientales no pueden tener vista hacia allá, aunque estén paralelas sus edificaciones de lata y de cañabrava. El grupo Hong-Kong-Shanghai agrega con alegría que en la recién capitalista China se encuentran 750 millones de oji-rasgados con su teléfono celular registrado, de los mil 200 millones de habitantes, de modo que esto nos puede prever desde ya y como ejemplo la muerte de los teléfonos fijos o “de pared” en todo el mundo. Esto era un complot fraguado y nuestras EPM están pensando en el glorioso anuncio que nos pondrá en el futuro. Si usted todavía tiene un teléfono de pared, vaya guardándolo porque será caro objeto de colección en 2011. En esta clase de inutilidades pienso siempre que voy en el Metro y paso, ya sea desde la Universidad hacia la estación Madera o desde El Poblado a Sabaneta. La miseria de los civetas humanos que pululan a lo largo de la línea es para sentarse a llorar, como los judíos bíblicos “junto a los ríos de Babilonia”. El Metro cruza airoso y veloz al lado de kilómetros y kilómetros donde nuestros auténticos ciudadanos-civetas corresponden perfectamente a sus prototipos de enciclopedia: habitan territorios inundables, cuelgan su raída hamaca entre los arbustos y su concreto es la “cañabrava”. Entre El Poblado y La Aguacatala desembocan unas diez quebradas o túneles de fábricas químicas y en sus bordes despicados nuestros civetas se las arreglan para vivir y dormir. Verdaderas especies mutantes inmunes al cianuro y los ácidos sulfúricos. Extraños anuncios pintados sobre la creencia en cierto Dios se ven a lado y lado, sobre los muros de la “quebrada Medellín” canalizada. En la misma edición del diario donde leí a Geoghegan un político decía que “el desplazamiento y la miseria son ya una profesión en Colombia”: Diplomatura oficial del Hambre. Es posible que exista un compasivo Dios “civeta” que da consuelo y narcosis a nuestros gatos humanoides colombianos, a la medianoche. Sólo esos seres lo saben. |
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