El librero

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Hay gente que ha querido ser un libro. Como Amos Oz, el escritor israelí que de niño soñaba con convertirse en uno, para estar libre de peligros y sentir la tranquilidad de las páginas. Hay gente que ha creído que las bibliotecas son el paraíso, como Jorge Luis Borges, que admiraba su silencio y la posibilidad de imaginar entre tantas historias, ahí, contenidas.

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También hay gente que ha convertido los libros en su vida, de forma literal. Este es el caso de Oscar Agudelo, un hombre que después de probar oficios como la cerrajería, decidió estudiar bibliotecología, en la Universidad de Antioquía, y desde hace varias semanas, es uno de los librero de Bukz, en la sede del Parque Comercial El Tesoro.

“Ser librero está en vía de extinción, es más que alcanzar un libro en una estantería: es formar una familia literaria”

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Además de ser librero, Oscar Agudelo es papá de 3 hijos. Aquí, recibe con alegría a los lectores de poca edad. Samuel, un niño de 5 años, pasa seguido a saludar. También Ana Lucía, una joven que decidió estudiar literatura, inspirada por él.
Además de ser librero, Oscar Agudelo es papá de 3 hijos. Aquí, recibe con alegría a los lectores de poca edad. Samuel, un niño de 5 años, pasa seguido a saludar. También Ana Lucía, una joven que decidió estudiar literatura, inspirada por él.

Con esa seriedad amable que lo preside y una generosidad evidente, en el corazón, cuenta que su gusto por los libros comenzó a los 8 años. En ese entonces era el menor de ocho hermanos, y su mamá, para librarlo de los peligros del pueblo, no dejaba que saliera mucho, a las calles de Guadalupe. Sin muchas posibilidades afuera, comenzó a buscar historias después de descubrir Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne. A este libro le siguieron cuentos de Chéjov, Gabriel García Márquez y Guy de Maupassant, entre otros.


Pocos años después y por la fascinación que le produjo una de sus profesoras, Ana Lucía, leyó El Quijote y se convirtió en el director del club de lectura escolar. Una visita a la feria del libro de Medellín y la lectura de La voz del viento de Carlos Castro Saavedra, confirmaron su gusto por los libros.

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Su llegada a Bukz ocurrió por un ofrecimiento de sus socios, que ya habían escuchado de él, en otra librería, un piso abajo del lugar donde estamos, para esta conversación. Ahí trabajó 18 años y fue sumando personas cercanas que lo buscaban para seguir sus recomendaciones, comentar una lectura o tal vez sentirse entendidos, acompañados. Con su voz pausada, y sobre todo, con una capacidad de escuchar que se vuelve escasa, por estos días de ruido, notificaciones y alertas, está atento a los deseos, gustos y palabras de las personas.

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Para él, el género, la edad o el lugar donde vivan los lectores no parece ser importante. “Yo no vendo un libro; yo asesoro, para que vuelvan y me digan que fue bueno. Es una responsabilidad grande y por eso me preparo”.

Y dice estar satisfecho de llegar a esta librería que entiende bien la esencia de su trabajo. Lo único que lamenta es no tener tiempo suficiente para leer la obra de todos los autores. Seguidor de Stefan Zweig, y de escritoras como María Cristina Restrepo y Mabel Moreno, tiene claro el norte; con este empieza y termina el día: “Uno como librero no tiene clientes sino amigos”.

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